Recuerdo que cuando era niña la forma que tenía mi mamá de buscar que comprendiera la grandeza de la Navidad era diciéndome “hasta la guerra se detiene en estos días”. Desconozco qué tan vigente siga la costumbre de la tregua decembrina, pero, sobre todo, me asalta la duda de con quién tendríamos que hacer la tregua.
Ya desde los años 70, las ideas acerca de la geopolítica se empezaron a transformar, y la visión clásica de la seguridad —entendida en términos de blindaje de fronteras y carrera armamentista— fue cediendo el paso a asuntos de lo que anteriormente se consideraba la “baja política”, por ejemplo, el acceso al agua y la contaminación del aire.
Sí, evidentemente el globo sigue plagado de conflictos armados que es de humanidad básica detener. Sin embargo, quienes fincan sus disputas en fronteras y razas están tremendamente mal informados respecto a dónde se encuentran nuestros más temibles enemigos. El territorio que se aprestan a conquistar es también parte de un planeta bajo amenaza. Si seguimos avanzando por el mismo camino de destrucción, en un plazo no muy largo no habrá país que quede a salvo y cada guerra por territorio se evidenciará en toda su banalidad.
La humanidad tiene un error de diseño: por su tamaño y ubicación, prácticamente ninguno de sus integrantes tiene la capacidad de ver en su justa dimensión las dificultades que le toca vivir. El “efecto perspectiva” consiste en una transformación mental que viven quienes han viajado al espacio y han tenido la oportunidad de ver a nuestro planeta orbitando en el Sistema Solar sostenido apenas por las leyes universales de la física. Una vez que se ve desde afuera, la debilidad del ecosistema en el que, sin excepción, nos ubicamos queda al descubierto.
Así, tal vez ha llegado el momento de que la tregua se la brindemos nosotros a nuestra frágil Tierra. Que abjuremos de la arrogancia de considerarnos el centro de la Creación y nos entendamos más bien como un frágil eslabón que además es causante de un sinnúmero de problemas a lo largo de toda la cadena. No habrá paz mientras sigamos sin entendernos desde nuestras semejanzas y no a partir de nuestras diferencias.