Casi todos reconocen en Grace Jones a un icono de la cultura pop. A una mujer que con su estilo andrógino subvirtió las nociones de raza y género. A una artista arriesgada que rompió paradigmas en la industria de la moda y de la música. Sin embargo, lo que pocos saben es que, en el momento más álgido de su carrera, cuando eran comunes sus presentaciones en Nueva York, París o Londres, una noche, como cualquier parroquiano, visitó un par de cantinas en los bajos fondos del Centro Histórico de Guadalajara.
La historia se remonta al verano de 1980, cuando la llamada “Reina disco”, con la intención de reinventarse y hacer a un lado el mote que durante tres años la encasilló, lanzó un arriesgado álbum titulado “Warm Leatherette”, en el que incursionó en los renovados sonidos del dub y el reggae. Para hacerle promoción, la estrella jamaiquina emprendió una gira por diversos países del mundo, incluido México.
Al saber de su paso por territorio nacional, el hijo de una acaudalada familia de la capital de Jalisco la contrató para musicalizar un evento exclusivo en la famosa discoteca que puso a Guadalajara en la mira internacional: “Osiris”.
Esa noche, en el lujoso club de estilo egipcio, cuyos espacios fueron decorados con suntuosas pirámides, esfinges y jeroglíficos, la crema y nata de la sociedad tapatía atiborró el salón. Vestidos al último grito de la moda, con ropa de diseñador y accesorios ostentosos, los artistas, empresarios y otros socialités que ahí se dieron cita, esperaron con impaciencia el espectáculo de la que fuera musa de Thierry Mugler.
Un despliegue de luces estroboscópicas y rayos láser anunció el momento de Grace Jones, quien, con su característica voz potente hizo un recorrido por los temas que le dieron fama, entre los que incluyó “I need a man”, “Do or die” y su cover de Edith Piaf “La vie en rose”.
Noche profunda
Pasaba la medianoche cuando finalizó el show de Grace Jones. Entre los asistentes se encontraba quien años después fundaría la mítica agencia de modelos Maniquí: Óscar Lupercio, acompañado por su grupo de amigos. Entre ellos, a uno se le ocurrió la descabellada idea de invitar a la diva a dar un paseo, en el que se incluían dos cantinas y la tradicional Plaza de los Mariachis.
Para acercarse a ella, el joven se valió de la amistad en común que tenían con un coreógrafo. Al mencionar su nombre, luego de consultar, los elementos de seguridad lo dejaron ingresar al camerino. Ahí hablaron largo y tendido de la presentación que meses antes tuvo en el Puerto de Acapulco. Luego le explicó su plan nocturno: al instante, la intérprete de “Love is a drug” aceptó.
En dos vehículos último modelo la comitiva, donde figuraba el hermano gemelo de la artista, Bishop Noel, se dirigió a la zona centro de la Perla Tapatía. La primera parada la hicieron en la cantina para homosexuales “Los Panchos”. Nada más entrar, algunos clientes reconocieron a la impresionante afroamericana de 1.79 metros de estatura. Le pidieron autógrafos y le dijeron lo mucho que la admiraban.
Después de unos tragos, el clan partió rumbo a otro bar frecuentado por noctámbulos no heterosexuales: “El Prado”, donde la historia se repitió. Incrédulos, algunos parroquianos no daban crédito a la visita inesperada de una de las estrellas pop del momento. Siempre accesible, sin poses, la cantante saludó y brindó con aquellos que se le acercaron. La Plaza de los Mariachis fue el punto en el que finalizó la aventura. En ese lugar, la Jones bebió tequila y con euforia se divirtió al ritmo de la tradicional música mexicana.