La Gorda más tapatía

  • Zona diversa
  • Omar Gómez

Guadalajara /

El mundo del transformismo no es ajeno a los estándares de belleza. Hasta la década de los ochenta, los espectáculos travestis de Guadalajara sólo presentaban chicas delicadas, esbeltas y con buena figura. El panorama cambió abruptamente en 1985, cuando una diva de 139 kilos, loca, malhablada, irreverente y revolucionaria llegó para cimbrar los escenarios: La Gorda.

El nacimiento de esta figura coincide con su integración al Centro de Apoyo a la Comunidad Gay de Pedro Preciado, donde hizo amistad con personas afines a ella. Un día alguien la animó a maquillarse para ver hasta dónde llegaba con su transformación. “Cuando lo hice, al principio pensé: ‘¡Qué horrible, qué fea me veo!’, pero todo cambió cuando escuché: ‘No te ves mal, pareces mujer, de octava, pero mujer’. En ese momento dije: ‘¡Pues entonces de aquí soy!’”, comenta.

Con el nombre Carmencita Salinas, en honor a la actriz emblemática de las películas de ficheras, sus pininos los tuvo en fiestas de amigos, donde con gusto se presentaba porque sobraba comida, bebida y mancebos para ligar. Cuando, aconsejada por una profesional supo que con los shows se podían generar ingresos, comenzó a cobrar. Luego, Pedro Preciado la invitó a montar un espectáculo en el Boops, discoteca que formaba parte del Centro de Apoyo a la Comunidad Gay.

Al terminar una de sus funciones, en las que mezclaba comicidad y activismo, el dueño del primer bar con strippers de Guadalajara, llamado Oh Merci, le dijo que la necesitaba como anfitriona para entretener a su clientela, y aceptó. Fue en ese momento que cayó en cuenta de que le faltaba mayor producción. “Empecé a buscar quién me hiciera vestuario pero los diseñadores se burlaban de mi gordura. ‘Nosotros no forramos tinacos', decían. Entonces un amigo me pagó la escuela para que aprendiera a hacer mi ropa”, recuerda.

Ya con una imagen empoderada, su trabajo rindió frutos. Muchos parroquianos sólo asistían al club de musculosos para disfrutar su show. Meses después, al sentirse más segura, llegó a pedir trabajo a los lugares que destacaban por sus imitadores: Mónicas y Sajhara, pero en ambos la rechazaron debido a su sobrepeso. Donde sí la admitieron fue en el SOS, y a partir de entonces su suerte cambió. Ahí conoció las mieles del éxito y se convirtió en un referente de las noches tapatías.

Sello distintivo

Fue en el SOS que el público la bautizó como La Gorda. Los dueños del lugar, Sergio y Ángel, sus padres putativos, fascinados por su talento la consintieron con buenos vestuarios. Hasta el diseñador Jesús Ochoa en algún momento la vistió. A raíz de eso todos los modistos querían trabajar con ella, incluso los que alguna vez le dijeron “no forrar tinacos”.

Ahí pasó veladas increíbles en las que su desparpajo y valentía la llevaron a hacer cosas insólitas. Con casi 150 kilos de peso interpretó muy sensual a las estrellas pop del momento. “Entre lo más memorable, recuerdo mi especial de Thalía, enseñando ombligo y toda la cosa. También hice a Marisela con un vestido transparente que me permitía lucir cuerpazo. O a Dulce, con un modelito de escándalo que si me veían de lado parecía encuerada”, explica.

Luego, trascendió la escena local y la contrataron para amenizar eventos en diferentes ciudades de México y del extranjero. Su fama fue tal, que incluso llegó al teatro, al cine y a la televisión. Paradójicamente, lo que en un principio le cerró las puertas fue el sello distintivo con el que logró la consagración. “Yo no quería ser copia de ninguna, para empezar porque todas eran delgadas. Así que aproveché mi volumen, hice un estilo propio y todavía sigue vigente. Ahora veo a muchas amiguitas hacer y decir lo que yo hago desde hace 35 años, pero no me molesta, al contrario, para mí resulta todo un halago”, finaliza.

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