Claudia Sheinbaum volvió al Zócalo para algo más que medir músculo político. Más allá del lleno total de la plancha, lo central fue su palabra. La Presidenta utilizó el escenario para enviar mensajes a sectores que definen la gobernabilidad del país. El sábado no administró aplausos: reafirmó posición.
Sheinbaum dejó claro que su proyecto no será satélite de nadie. Su desafío por el momento no es la oposición —que opera en segundo plano, desdibujada— sino consolidar su autoridad en un movimiento amplio, diverso y a veces disperso. Por eso habló con tono firme, presidencial.
Reivindicó los avances económicos no como herencia, sino como plataforma para gobernar con estabilidad y para afirmar que el rumbo es propio. Los programas sociales ya no aparecieron como bandera identitaria, sino como derechos consolidados.
El mensaje más fino radicó en la soberanía. Subrayó la reforma que prohíbe cualquier intervención extranjera y delineó los principios que regirán la relación con Estados Unidos: respeto mutuo, colaboración sin subordinación y límites claros: ese énfasis no fue retórico. Fue una respuesta anticipada a lo que viene en el ciclo electoral estadounidense y a quienes allá creen que pueden dictar la agenda mexicana.
Sheinbaum también lanzó un recado a ciertos columnistas y medios. Habló de campañas sucias, bots y consultores extranjeros —refiriéndose no sólo de lo interno: hablaba de presiones externas, de actores que históricamente han intentado torcer la soberanía mexicana—, rematando con una frase que buscó cerrar el debate: “No vencerán al pueblo, ni a su Presidenta”. Para ella, la disputa no es sólo política; es narrativa.
El discurso fue también un reacomodo interno. Sheinbaum envió señales a su gabinete, a los gobernadores y al bloque legislativo: unidad no como consigna, sino como disciplina estratégica. Se vio a una mandataria que empieza a ejercer un tipo de poder más vertical para consolidar su mando en un momento global incierto.
Palabras clave
Cuando afirmó que México es libre, independiente y soberano, lo hizo con destino: Washington. Y con destinatario: Donald Trump —quien ya amenaza con volver a la presión frontal—. Con un día de diferencia, en un sorteo mundialista en Washington y en un mitin en el Zócalo, Sheinbaum dejó claras: investidura, dignidad y firmeza. Ahí la verdadera señal, el mensaje. Lo demás es lo demás.