Parkinson

  • Vademecum
  • Óscar Hernández G.

Laguna /

En el año de 1817, en Londres, James Parkinson escribió un ensayo sobre la Parálisis Agitante; esa fue la primera descripción de lo que hoy conocemos como Enfermedad de Parkinson. 

Escribió: Los primeros síntomas son tan leves y casi imperceptibles, y tan lentos en su progresión, que el paciente difícilmente recuerda el momento en que comenzaron, primero advierte una sensación de debilidad; el temblor de una mano es lo habitual; después el temblor se extiende a otras partes del cuerpo, en un año; después el paciente no se esmera en mantener su porte erguido; el temblor y la fatiga avanzan y las extremidades ya no responden con precisión a la voluntad.

Cuesta mucho completar un escrito; cuesta mucho manejar un tenedor y llevar la comida a la boca; ya no puede evitar la inclinación de su cuerpo hacia delante; camina forzado con la punta de los pies; la alimentación es un trabajo enorme, los músculos de la faringe no funcionan bien, la comida no pasa al tragarla, la saliva desborda los labios sin remedio; en este punto el paciente está postrado en cama, ha perdido la capacidad de articular palabras; la orina y las heces escapan sin querer; el paciente está cansado en extremo; esperando la tan anhelada liberación. 

Respecto al origen de la enfermedad, Parkinson supuso que el mal radicaba en la médula espinal a nivel del cuello. 

Empíricamente, empleaba drenajes y punciones a ese nivel; aunque con esperanza decía: 

“Ojalá en un corto tiemplo la ciencia descubra el tratamiento ideal para este mal”.

La ciencia tardó un poco más de lo que él creía; pasaron más de 100 años antes de que se descubriera su origen y tratamiento.


sinrez@yahoo.com.mx

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