Para nada es una novedad que en el estado ocurran homicidios dolosos, tales como embolsados, encobijados, desmembrados o ejecutados.
Ocurren por igual feminicidios, en todas sus modalidades, que le antecedieron los actos de violencia en todas sus manifestaciones.
Lo más grave, en ambos fenómenos criminales, es que parece “normal” que ocurran en la ciudad capital, los municipios conurbados y en regiones específicas en la entidad; tan “normales” que la sociedad está “acostumbrándose” ante el silencio de las autoridades.
Sectores gubernamentales hacen hasta lo imposible por minimizarlo, para que no salgan a la luz, o bien lo descalifican, como lavándose las manos, con el argumento de que se trata de un “ajuste de cuentas” entre bandas criminales. ¿Y esa justificación resuelve el problema?
La violencia criminal ha escalado a tal nivel en la entidad que la ciudad de Puebla es escenario permanente de este tipo de delitos que ha impuestos el miedo y el terror, lo que es una tragedia para la sociedad.
Cada día es más escalofriante lo que ocurre en la comisión de homicidios dolosos, con alto impacto social y emocional entre la población, sin que se avizore un freno por abatimiento de la violencia ligada a la delincuencia, asociada a la inseguridad pública.
Tampoco es un consuelo para los poblanos que los políticos y gobernantes reiteren que la violencia en Puebla es similar a la que ocurre en el país, ¿y?
Cuando en el ámbito nacional salíamos del impacto emocional por el feminicidio cometido contra Ingrid Escamilla, nos vino otro feminicidio contra la niña Fátima, ambos en CdMx, y no salíamos del asombro, cuando nos enteramos otro delito, contra Verónica, una menor de 14 años, asesinada en Zihuateutla, que se suma a una larga lista de feminicidios en la entidad.
Al borde del colapso por la inseguridad pública, con gobiernos y mandos policiacos fallidos, a quién le importa la Estrella de Puebla o los “cachitos” de la lotería nacional para la rifa del avión presidencial, frente a la tragedia de muerte de mujeres y hombres, y a la impunidad de la delincuencia.
pablo.ruiz@milenio.com