Crónica de un país roto

Estado de México /

Pongamos por caso la colonia Doctores, en Ciudad de México, que en 2018 fue el escenario de delitos que ameritaron 4 mil 345 carpetas de investigación: un automóvil abandonado con una ventana rota tarda horas en ser vandalizado por completo. A los pocos días, es un cascarón calcinado.

Este fenómeno, que parece anecdótico, encapsula una de las teorías criminológicas más citadas y controversiales para explicar la crisis de seguridad que vive el país: la Teoría de las Ventanas Rotas, desarrollada por James Q. Wilson y George L. Kelling en 1982, que postula que el desorden visible y la impunidad frente a las faltas menores envían una señal clara: aquí no hay reglas, ni autoridad, ni consecuencias; este mensaje, a su vez, desata una espiral de decadencia: primero, los ciudadanos respetuosos de la ley se retraen, cediendo el espacio público; luego, los oportunistas cometen vandalismo; finalmente, los delincuentes se envalentonan para cometer crímenes cada vez más graves.

México vive hoy la fase terminal de esta espiral. No se trata solo de un bache sin reparar o un grafiti eternizado en las avenidas más concurridas; el “desorden visible” es la extorsión al comercio informal que opera a plena luz del día, el narcomenudeo en las esquinas con vista indiferente de autoridades y los robos a transporte público sin castigo. Cada uno de estos actos, normalizado e impune, es una ventana rota que grita: todo está permitido.

La impunidad rampante es el combustible de esta teoría. Con una tasa de delitos no denunciados que ronda 93% y apenas uno de cada 100 casos con sentencia y sanción, el mensaje para la ciudadanía es de abandono, y para la delincuencia, de invitación. ¿Por qué detenerse en una ventana rota si se puede quemar el coche entero?

La retracción ciudadana es patente: el “control social informal” –esa mirada de reproche vecinal que frena un acto incívico– se ha extinguido por miedo; quien ve un delito menor, calla; quien podría reportarlo, prefiere no verse involucrado: el espacio público, abandonado por la ley y por la comunidad, queda libre para ser ocupado por la violencia.

La perspectiva para México es sombría, mas no irreversible; la solución no reside únicamente en perseguir el delito menor con más fuerza –estrategia que, sin un sistema judicial funcional, solo saturaría cárceles–; se debe tratar de recuperar el espacio público con autoridad legítima y presencia institucional, y, de manera crucial, reconstruir el tejido social. Cada bache reparado, cada lote baldío limpiado, cada pequeño delito sancionado y cada parque iluminado es una ventana que se recompone. Es una señal de que alguien sí cuida y que las reglas importan; se trata de pasar de la cultura de la impunidad a la cultura de la legalidad, en la que la ventana rota no sea el principio del fin, sino una anomalía que la comunidad y la autoridad reparan, juntas, de inmediato.

El futuro no se define solo por capturar capos, sino por quién gana la batalla de las esquinas; y esa batalla se libra todos los días en cada ventana rota que se repara o se deja estallar.


  • Porfirio Hernández
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