Nadie lo creería: para el Gobierno del Estado de México, las casas de cultura municipales no existen, pues en el anexo estadístico del primer informe anual de la titular del Poder Ejecutivo (disponible en http://transparenciafiscal.edomex.gob.mx/inf-gob-2023-2029) así se consigna: desde el año 2020, oficialmente las casas de cultura municipales, que fueron entregadas a los municipios por el extinto Instituto Mexiquense de Cultura (IMC) para “propiciar el desarrollo integral de la cultura” en esas demarcaciones, dejaron de ser contabilizadas como parte de la infraestructura cultural del Estado de México.
Quedó atrás aquel compromiso que los presidentes municipales asumieron en la segunda mitad de 2001, con base en los convenios (https://legislacion.edomex.gob.mx/sites/legislacion.edomex.gob.mx/files/files/pdf/gct/2001/ago153.PDF) firmados con la entonces titular del IMC, Marcela González Salas: “El Ayuntamiento destinará las instalaciones de las casas de cultura única y exclusivamente a la prestación de servicios culturales y artísticos [y] acatar[á] las directrices que en materia cultural le señale el Instituto, en términos de la Ley de su creación, como son: investigación, capacitación, actividades artísticas y culturales, difusión y/o atención a públicos, cooperación cultural comunitaria y operación de proyectos culturales municipales”. Ja.
23 años después de aquella falacia, hoy puede darse por concluida la existencia de lo que era una política cultural: administrar e impulsar desde lo local las manifestaciones artísticas y culturales de las comunidades. En su lugar, operaron hasta 2019 un total de 18 centros culturales regionales administrados por el gobierno estatal, hasta que, nuevamente Marcela González Salas, ahora en su papel de secretaria de Cultura y Turismo, decidió cerrar tres de ellos, para que actualmente operen solo 15. Así lo consigna el informe de la gobernadora actual, y no parece que haya reacción alguna a esa situación de parte de la actual titular de la Secretaría del ramo.
Lo mismo sucede con los archivos históricos municipales. Desde 2022, esas entidades administradas por los ayuntamientos han dejado de formar parte de la infraestructura cultural de la entidad, y por ende, no hay política pública alguna para tales acervos, resguardatarios de la memoria colectiva de las comunidades. ¿En qué condiciones se encuentran los documentos que ahí se guardaban? No lo sabemos.
Otro ámbito que ha sufrido las consecuencias de la falta de atención gubernamental son las 674 bibliotecas públicas distribuidas en la entidad. A la fecha, prácticamente trabajan en ellas una o dos personas, en promedio, y algunas se apoyan en personal voluntario que no está preparado para desempeñar la tarea del bibliotecario. Lo dicen las cifras oficiales: actualmente 1,060 personas trabajan en las bibliotecas, que resguardan cerca de 3 millones de libros, consultados al año por 10 personas al día, en promedio. Si bien es cierto que basta con que una persona encuentre lo que busca en la biblioteca, lo cierto es que podría hacerse el esfuerzo por ampliar los números de consultas diarias y, por supuesto, estimular esos espacios para convertirlos en genuinos centros de reunión cultural.
Desafortunadamente, la administración de la cultura no tiene esas luces en sus afanes. Al leer el informe anual tampoco se ve que las propuestas que hizo la entonces candidata a la gubernatura el año pasado estén en vías de cumplirse, pues nada se dijo de ello en las semanas recientes, cosa que a las personas integrantes de la Legislatura local, responsable de hacer la glosa del informe, parece interesarles. Ya hablaremos de ello en siguientes entregas.
Si la política pública en materia de cultura es inercial, si se sigue desmantelando el acervo y no se propone nada de fondo, seguiremos perdiendo infraestructura cultural en los municipios y en la administración estatal, sometidos al capricho personal de alcalde o alcaldesa en turno, con un impacto que se verá en el futuro de mediano y largo plazo, en detrimento del capital cultural creado y fomentado por artistas, investigadores y animadores socioculturales. En otras palabras: el poder de servir para nada.