La terapéutica demuestra que escribir es una técnica de liberación emocional con componentes intelectuales suficientes para objetivizar los conflictos internos. A partir de ahí, es posible encontrar soluciones.
Escribir parece ser una técnica de reconocimiento del discurso interno, es decir, la manera particular de expresar algo, a veces ignorado por la propia persona redactora. Poner a la vista ese discurso es una manera de modelarlo a conveniencia, digo yo, y hasta embellecerlo, si se quiere. Es el caso de los textos literarios o de los emotivos discursos que mueven a la acción, en cuyas palabras encontramos la resonancia de nuestra voz interior diciéndonos eso justamente que estamos leyendo o escuchando: un espejo donde se refleja lo que incluso no sabíamos que teníamos. Conclusión: nos leemos en la lectura de lo que otros escribieron.
Por eso no me parece descabellada la idea de que leemos para comprender, porque en el fondo la comprensión es el encuentro de un significado ajeno a nuestro conocimiento, una capacidad para adaptar también lo nuevo a nuestro sistema de información, creencias y valores. Aficionarse a leer es una manera de habituarse a esa sensación, al principio extraña, de familiarizarse con uno mismo a partir de las revelaciones de un texto escrito, sea este de literatura o de cualquier rama del conocimiento: lo que importa es cuán textual es nuestra lectura, sea de la materia que fuere. ¿Por qué las palabras y no el contenido?, se preguntará alguien. No es una dicotomía, la división de forma y contenido es en realidad una categorización analítica solamente, pues todas las palabras tienen significado y todo significado está hecho de palabras; las palabras son el vehículo idóneo para transmitir conocimiento, pues sus leyes son únicas e irrepetibles en cada texto; no me refiero a las reglas gramaticales, me refiero a las normas que rigen el entramado semántico que subyace en cada escrito, las razones para que una palabra siga a otra y así construyan la formidable arquitectura de un texto que nos involucra hasta sentir que fue escrito para nosotros como lectores. ¿Cuántas veces no hemos sentido que ese escrito en particular habla más de mí que de cualquiera?
En las palabras se recrea el universo de nuestra percepción de lo real, y al descifrar sus significados confirmamos nuestras convicciones y principios. Somos seres hechos de palabras.
Por eso, al leer encontramos una realización personal, digo yo, pues nada hay más gratificante que conocer o reconocer lo propio en lo ajeno, así sea un texto. O precisamente porque es un texto, ya que la única forma de corroborar la evolución de las ideas es cuando éstas se fijan en un escrito: una superficie de palabras donde se refleja lo que pensamos y sentimos.