Releo por enésima vez el discurso de aceptación que pronunció el poeta mexicano David Huerta Bravo (1949-2022) durante la ceremonia de entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, en Guadalajara, Jalisco, pues opera en mí como ver una fotografía del ausente cuando te acuerdas de él.
Las ideas, las palabras, las evocaciones a otros grandes poetas de nuestra lengua que hizo en aquella ocasión, contribuyen a reconstruir en mí las conversaciones sobre la literatura y la vida que tuvimos un grupo de entonces jóvenes escritores con el poeta y maestro, con quien convivimos en años consecutivos en distintas ciudades del país, allá en los lejanos 90 del siglo pasado.
Las charlas sobre un poema de Góngora o Rimbaud podía llevarnos horas, pues atendíamos no solo la literalidad del texto, sino su polisemia; en un juego diacrónico colectivo, traíamos a cuento las más diversas experiencias de lectura de quienes ahí concurríamos, para terminar plenos de esa sensación de pertenecer a esa historia formada por lecturas y hechos literarios, que resonaban luego en la mente de todos en otros espacios de esa “literaturidad”.
En los libros está ese espacio común, que revive en la conversación libresca, y que con gracia hacemos coincidir con la vida cotidiana, pues a veces no se puede vivir solo para leer, aunque sea este “el pasatiempo más hermoso que la humanidad haya creado”, como escribió Wislawa Szymborska (1923-2012), pero tenemos la conversación sobre libros, el eco de la experiencia lectora revivido a través de la verbalización, porque con los pensamientos que respaldan a las palabras creamos la vida y la conducimos hacia donde queremos, según lo afirman los practicantes del “coaching”. Si esto es verdad, los libros son la ruta.
En la conversación se ponen en juego valores como el respeto y la tolerancia, la confianza y la honestidad, la amistad y, por qué no, cierta dosis de humildad, entendida como la “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento” (RAE), de ahí su valía, pues leer nos da la oportunidad de ser mejores personas, aunque en cada uno está serlo o no.
Hablar de libros, evocar, identificarse, conocer las experiencias de otros y reconocerse: cualidades de la conversación sobre la lectura. Se trata de un mecanismo civilizatorio por excelencia, que nos recuerda que no todo está perdido, pues la literatura nos sigue dando las leyes de convivencia más depuradas para sobrevivir en sociedad.