Siempre me detengo a releer las frases sobre la lectura que encuentro en internet; recuerdo aquella de Marcel Proust: «La lectura es amistad sin frivolidad», o bien la de Fernando Savater: «Si los libros se hubieran inventado después del ordenador, todo el mundo lo hubiera considerado un gran progreso», ambas en refrescante tono irónico.
Mucho hay de cierto en ambas también. La cercanía con el drama humano que nos proveen las historias entrañables cobra la forma de la querencia: el lector se identifica con la situación y el dolor que subyace en los conflictos dramáticos, hasta el punto de sentir la pérdida de un personaje o vivir con el protagonista el drástico viraje de sus aventuras… Al final, algunos personajes se convierten en emotivos afectos y libran el paso del tiempo, que a esas alturas no importa ya…
O bien, son el futuro. Los incunables poblaron el siglo XV como un augurio de su perennidad, pues a la fecha la estructura y soporte material de esos primeros libros continúa con lozanía y las predicciones de su desaparición son falsas: los 197,578 títulos editados en Iberoamérica el año pasado lo confirman.
En cualquiera de sus formas, el libro y su lectura gozan de buena salud… entre quienes leen libros, porque el resto ni cuenta se ha dado. No obstante, en esto también tenemos un reto: no hemos de discriminar a quienes leen por hábito en diferentes soportes, como en dispositivos móviles, por ejemplo, ya que representan parámetros de lectura diferentes y mucho hay que estudiar de ellos, como ya lo han hecho, desde la antropología, la psicología, la pedagogía y la lingüística, especialistas como Néstor García Canclini a partir de la primera década de este siglo.
La lectura es perenne: cambia de soporte material, pero el proceso de descifrar signos para comprender sus múltiples significados sigue siendo el mismo del siglo XV, a pesar de las fases sucesivas a que se ha enfrentado la lectura, como bien lo cuenta Alberto Manguel en sus libros.
Mucho hay todavía por escribir sobre la lectura y los libros, maravilloso invento que ha revolucionado el saber humano. Bien lo escribe Oscar Wilde: «Es absurdo tener una regla rigurosa sobre lo que debe o no debe leerse, más de la mitad de la cultura intelectual moderna depende de lo que no debería leerse», precisamente porque «de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es sin duda el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. De la vista el microscopio y el telescopio, de la voz el teléfono, del brazo el arado y la espada, pero el libro lo es directamente del espíritu, de la imaginación y de la memoria», como lo escribió el lector por excelencia Jorge Luis Borges. Por eso, hay que seguir leyendo, ya que, bien dice el proverbio árabe, «un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo».
Porfirio Hernández
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