Uno de los efectos más perdurables del hábito de la lectura es cuestionar las verdades asentadas como definitivas. No se trata de ponerlo todo en duda, sino aquello que ya sospechábamos que no cuadraba bien con nuestra percepción y nuestras certezas.
Preguntar genuinamente es hoy la mejor forma de encontrar las certezas que se van perdiendo conforme se adquiere el hábito de pensar, pues la lectura constante genera el desarrollo de instrumentos de conocimiento: a partir de situaciones dadas, es posible encontrar conclusiones valederas para distintos aspectos de la vida cotidiana, e incluso de la vida no cotidiana, es decir, todos aquellos temas que nos dan profundidad, espesor existencial.
Escribo todo esto porque acabo de terminar un libro titulado “Secuestrados”, del gran periodista mexicano Julio Scherer García (1926-2015), publicado por Grijalbo en 2009, en cuyas páginas puede leerse en testimonio de un hombre que, a la par de su vocación profesional, cultiva el género intimista del retrato, que tan bien le va a su oficio; se trata de una serie de estampas que relatan distintos secuestros a diversos personajes de la vida nacional, agobiados por este delito alguna vez en su vida; también es una reflexión profunda sobre el carácter de los secuestradores, sus motivaciones e intereses más allá del delito en sí. Al final, asistimos a una colección de relatos sobre este terrible mal que cada día se arraiga como una práctica común, que desgarra la armonía familiar, al dejar una impronta imborrable en quienes son afectados por él, y vulnera el frágil Estado de Derecho que nos hemos dado como sociedad.
Nombres de secuestradores como Nicolás Andrés Caletri López o Alfredo Ríos Galeana, resuenan en la historia criminal de este país como grandes hitos que rompieron la continuidad de una herida social agitada como lo es la historia del crimen en México; son seres que marcaron un antes y un después en innumerables víctimas, y que hoy son recuperados por Scherer para recordarnos aquello que no debemos olvidar: leer estos testimonios, empezando por el del propio Julio Scherer, quien relata el secuestro de su hijo, debe hacernos despertar y cuestionarnos si la compleja red de procedimientos de combate a este crimen no constituye en sí misma un secuestro de la justicia.
No cabe duda: leer nos lleva a pensar y a cuestionarnos si podemos ser mejores como sociedad. Leer nos lleva a preguntarnos legítimamente si en el secuestro hay más que víctima y victimario; nos obliga a preguntarnos si la red institucional de combate a la impunidad sirve al país o al crimen. De plano.
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