Se acaba el sexenio de López Obrador. Termina como empezó, con gran popularidad y generando polémica entre los que lo adoran y lo detestan, quienes le dicen y reconocen como “el mejor presidente” y quienes lo señalan como “el destructor de instituciones, un megalómano y mitómano”. Será el tiempo el que lo ubique en la historia.
Como todos los sexenios se tienen claroscuros. Se reconocen logros como el aumento al salario mínimo, poner el foco en el sureste del país y reducir la pobreza. También es cierto que ya es el sexenio con más violencia, asesinatos, desaparecidos, no pudo mejorar el sistema de salud ni corrigió el desabasto de medicamentos, y el combate a la corrupción solo fue de palabras.
Y López Obrador, aunque ha asegurado que se irá a Palenque, es evidente que seguirá con el control político del país. Así lo planeó y lo estructuró, un hombre con gran ambición de poder. Tiene incondicionales en las Cámaras de diputados y senadores, 23 gobernadores incondicionales, el poder judicial dejará de ser un contrapeso con la Reforma recién aprobada, y en Morena, colocó a su hijo Andrés Manuel López Beltrán, quien se encargará de que nadie, se desvíe un ápice de la ruta llamada 4T. Será el vigilante del legado y el futuro de su padre. Desde la secretaría de organización, va a palomear candidatos, tendrá el control del padrón electoral y dispondrá de millones de pesos y será el mediador en los conflictos internos entre los diferentes liderazgos de un movimiento tan diverso como lo es Morena.
Claudia Sheinbaum, la presidente electa que obtuvo 35 millones de votos le debe la presidencia a él, tuvo que aceptar que le eligiera la mitad de su gabinete, ha tenido que acompañarlo en las giras de despedida, y asumir el testamento a cumplir.
No veo como la presidenta electa vaya a romper esas ligas con el Obradorato, a Sheinbaum le conviene mantenerse cerca de Andrés Manuel López Obrador, de su popularidad y de su control. Le conviene iniciar su sexenio bajo ese manto. No tiene alternativa, pues sabe que recibirá prestado el bastón de mando, pues los afectos y las lealtades no son de ella. Por ahora.