No hay crimen perfecto

  • Columna de Ricardo Cacho
  • Ricardo Cacho

Ciudad de México /

Es difícil hablar de una obra creada por el ser humano que alcance la perfección absoluta. Hasta la pintura la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci, tiene una ligera asimetría en el paisaje que se encuentra detrás de la Gioconda. En cuestión de crímenes, la imperfección se acentúa. Una investigación criminal implica un ejercicio de descubrimiento de la verdad acerca de un hecho socialmente reprobable y grave. El autor de un delito intentará encubrir su conducta, pero ese ocultamiento consiste en una mera composición de ‘capas’ que se arrojan por encima de un hecho real; capas que —con diligencia y paciencia— se pueden ir levantando, como las hojas de una cebolla que, tarde o temprano, te llevan al tallo. Lo interesante es que todas esas capas, al final, resultan ser pruebas que confirman el acto ilícito inicial; pero no solo eso, también confirman la intención dolosa del autor del delito: sabía que estaba haciendo algo ilegal y por eso trató de ocultarlo.

Los evasores fiscales más peligrosos son aficionados del uso de capas para disfrazar la realidad. Son profesionales en eso; pero no son perfectos, precisamente porque la mentira nunca alcanza la perfección. La verdad se asomará, por un lado o por el otro. Estos delincuentes de cuello blanco establecen empresas fantasma, también conocidas como empresas de papel, dado que solo existen formalmente en documentos registrales, pero no son realmente compañías productivas, no tienen empleados ni una infraestructura adecuada; no venden productos reales, solo ilusiones falsas. Como los fantasmas, son un mero espectro. Pero un espectro que deja huella, asemejado al Fantasma de Canterville de Oscar Wilde, que finalmente fue atormentado por un par de niños, que con un poco de audacia siguieron sus “gemidos cavernosos y tétrica luz verde”.

Las empresas fantasma se utilizan para vender facturas falsas, que sirven para defraudar al Fisco. Por eso también se les conoce como factureras. Los contribuyentes que acuden a estas factureras pueden deducir o acreditar impuestos a través de operaciones simuladas: conducta criminal. Pero por más espectrales que sean esas empresas, tienen que registrar un domicilio, tienen que acudir a un notario para constituir la empresa, tienen que tener accionistas y administradores que representen a la empresa, tienen que tener un RFC, tienen que solicitar una firma electrónica ante el SAT para emitir sus facturas digitales falsas y tienen que tener cuentas bancarias para mover recursos millonarios. Ahí se van dejando las huellas. Cada uno de esos pasos, necesarios para su estrategia criminal, representa —a la vez— una huella clara del crimen. Como el homicida que necesita un arma, como el narcotraficante que necesita un laboratorio para sus drogas sintéticas o como el hacker que necesita el programa para acceder a dispositivos electrónicos.

Las autoridades investigadoras van hallando las huellas. En el caso de una empresa fantasma se descubre que el domicilio registrado no tiene espacio suficiente para producir bienes reales; en ocasiones, es un terreno baldío. Se encuentra que en el IMSS la empresa no tiene registrado a un solo empleado. Se identifica que, a pesar de ser una empresa recientemente constituida, inmediatamente está facturando millones de un día para el otro. O bien, que sobrevive con puras pérdidas financieras; deberían estar quebradas, pero no, siguen operando misteriosamente.

Los accionistas o representantes legales de estas empresas fantasma suelen ser prestanombres. Normalmente, se trata de personas de bajos recursos que fueron utilizadas para firmar los documentos legales. Al respecto, es importante resaltar la cobardía de la estrategia al embaucar a una persona necesitada para pagar por los delitos que cometen otros. No obstante, con la nueva reforma penal fiscal, impulsada por la Secretaría de Hacienda, la ley contempla la posibilidad de convertir a dichos prestanombres en testigos colaboradores; esto quiere decir que no serán procesados penalmente, siempre y cuando delaten a los artífices del crimen.

Finalmente, se siguen las huellas del dinero, a través de las transferencias bancarias o cheques correspondientes. Las autoridades investigadoras saben que los recursos que fluyen desde y hacia las factureras en algún punto tienen que llegar a los autores del esquema delictivo: su destino final. Regresando al tema de la Mona Lisa, cuando el cuadro fue robado del Museo del Louvre en 1911, Vincenzo Peruggia —el autor del delito— fue detenido después de mostrar la pintura al dueño de una galería de arte en Florencia, pues necesitaba autenticarla y obtener un pago económico. Cuando la ambición es el móvil del crimen, se multiplican las huellas.

* Director General de Control Procedimental.
Subprocuraduría Fiscal Federal de Investigaciones.
Procuraduría Fiscal de la Federación.

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