En 1917, Guillaume Apollinaire, un poeta francés, imprimió en la historia el término “surrealismo” cuyo significado se asocia a un absurdo carente de lógica a través del cual se busca representar a los sueños y al subconsciente. Algo por encima de la realidad, pues.
Hace 83 años, cuando el escritor y principal exponente del surrealismo, André Breton, visitó tierras mexicanas, pidió a un carpintero que le fabricara una silla. Éste la dibujó y el carpintero le fabricó una silla deforme, con las patas disparejas, fiel a como se veía en el papel. Al escritor no le quedó más que decir que estaba en el país más surrealista del mundo. Unas décadas más tarde, otro surrealista, Salvador Dalí, declaró en una entrevista que no regresaría a México por ser un país más surreal que sus pinturas. A ambos les constaba el surrealismo mexicano.
El pasado 8 de marzo se llevaron a cabo diversas manifestaciones con motivo de la conmemoración del día internacional de la mujer. Una de ellas se realizó a un lado de la valla colocada para proteger al Palacio Nacional, en donde también estuvo presente la Brigada Humanitaria de Paz Marabunta, una organización de la sociedad civil que vela desde hace algunos años por la protección de los derechos humanos y apoya, entre otras actividades, a un promedio de 100 manifestaciones cada año.
Después de esa manifestación se escuchó decir de voz del Ejecutivo Federal, que a él le constaba que un representante de Marabunta anunciaba la retirada del lugar porque la policía no estaba cumpliendo con los protocolos de seguridad. Que eso era surrealista porque se culpaba a las encargadas de la seguridad cuando a 20 metros había gente provocando incendios, arrojando gasolina.
Puede que eso tenga una dosis de surrealismo, un absurdo carente de lógica si se piensa en actos violentos para reclamar derechos, pero también puede ser (y es lo más probable) que ese surrealismo más bien representa sueños de justicia y un subconsciente colectivo que aflora ante la desesperación de hijas, nietas, hermanas, madres y esposas que o sufren un daño, o un día simplemente se deja de saber de ellas. Un surrealismo mexicano que, en lugar de ahuyentar a un artista, ahuyenta a gente con gases que no son gases, a la confianza y credibilidad de la población en instituciones rebasadas por sus dichos, a las inversiones, al turismo. En fin, ahuyenta eso que mucha gente veía hace un par de años como un sueño, como algo por encima de la realidad, como un cambio verdadero.
* Abogado especialista en análisis de políticas públicas en materia de justicia y estado de derecho.
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