En todos los escenarios de posibles conflagraciones mundiales, siempre aparece el Medio Oriente como un detonador potencialmente disruptivo.
Tal vez por eso, la semana pasada, inmediatamente después del ataque aniquilador contra el general iraní y segundo hombre fuerte de Irán, Qasem Soleimani, en Bagdad, por parte de Estados Unidos, la percepción extendida que se convirtió incluso en tendencia mundial fue #WWIII (Tercera Guerra Mundial).
Es probable que no llegue a tanto este conflicto, pero tampoco se puede minimizar en sus efectos.
Uno de ellos, el más probable, es que regresen con fuerza los amagos e intentos de ataques terroristas directos en Estados Unidos y en objetivos de ésta fuera de su territorio.
Ello coloca a México en alerta y tensión altas, ya que, para muchos grupos del terrorismo internacional, especialmente los de Medio Oriente, somos un territorio trampolín o poroso para el ingreso ilegal a Estados Unidos o, incluso, para atentar contra sus instalaciones estratégicas en nuestro país, que podrían ir desde su Embajada, hasta corporativos privados emblemáticos o inclusive ciudadanos notables asentados o en tránsito por la República mexicana.
Recordemos que cuando el ataque a las Torres Gemelas de NY, el 9/11, las primeras hipótesis sobre el ingreso de los comandos que perpetraron los atentados señalaban un posible tránsito ilegal de los mismos por la frontera con México. Después se revelaría que ingresaron de manera legal por Canadá.
El ataque en Bagdad, ciertamente, estuvo precedido de una provocación: el intento de asalto a la Embajada estadunidense, por parte de simpatizantes proiraníes. Sin embargo, la respuesta de EU fue considerada “desproporcionada e irresponsable” por la mayoría de los órganos de observación diplomática en la región y en Europa. Sobre todo, porque abre un proceso de escalamiento del conflicto que no se veía desde la guerra de Irak, en 2003.
Sobre las causas y los motivos del gobierno estadunidense para reaccionar de esta manera, sobre todo cuando se encaminaba a un acuerdo comercial con China y a un pacto de no agresión con Corea del Norte, solo queda como percepción dominante que fue por motivaciones de política interior, estrictamente en el marco de una alta competencia por la elección presidencial de este año. Un juego de vencidas para definir qué medida galvaniza más: el impeachment demócrata o la guerra republicana.
¿Cuál debe ser la posición de México ante este conflicto? De entrada, no tomar partido por alguna de las partes. Apoyar la postura estadunidense nos volvería un blanco vulnerable ante los gobiernos y las milicias de Medio Oriente. Apoyar a Irán nos convertiría en presa fácil de las presiones del vecino del norte, como se demostró en el caso de la inusitada migración centroamericana y de las reacciones al atentado criminal contra la familia LeBarón.
La postura de México debe ser pacifista, no injerencista, y a favor del diálogo entre las partes en conflicto. Más aún, se puede solicitar al Consejo de Seguridad de la ONU su intervención para negociar una salida diplomática a esta crisis que, si bien no llegaría a una conflagración mundial armada, sí metería inestabilidad económica y política en el mundo árabe, en Europa y en Estados Unidos mismo. Y todo eso nos impactaría en México.
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@RicardoMonrealA