
La conciencia lo llevó a reconsiderar. Pidió disculpas en caso de que sus comentarios pudieran ser valorados como excesivos. En eso llevó razón: sí que lo fueron.
Durante su noticiario matutino, Ciro Gómez Leyva reventó contra el párroco Alejandro Solalinde y entre abundantes adjetivos atropellados nos llevó de corbata a quienes hemos expresado críticas duras contra su amiga María Isabel Miranda de Wallace.
Las emisiones del martes 11 y el miércoles 12 de marzo permanecerán en la memoria precisamente por el exceso referido; exceso de certezas, me atrevo a decir, que ningún periodista debería permitirse.
Replico de entrada la frase con la que Ciro cerró sus intervenciones: “siempre es muy fácil escribir un libro a partir de supuestas pruebas… para presentar otras versiones de la historia”.
Aunque hace treinta años que Gómez Leyva no publica uno está obligado a reconocer que nunca es fácil escribir un libro y menos si las pruebas presentadas han sido rigurosamente corroboradas.
Supongo que por el respeto mutuo que nos hemos tenido durante varios años Ciro evitó mencionar mi libro, Fabricación, donde él y cualquier otro colega pueden recorrer seis años de una investigación seria de la cual Gómez Leyva tiene noticia previa.
Remató este desafortunado comentario con una frase que golpea su cabeza como búmeran: “personas que dicen contar con información, siempre dejando a un lado los testimonios de las víctimas”.
Si Gómez Leyva se toma la molestia de leer las primeras páginas de Fabricación, ahí podrá constatar que la investigación referida comenzó precisamente a partir de las dudas que la propia Isabel Miranda sembró en una entrevista celebrada conmigo en diciembre de 2018.
Yo puedo afirmar que entrevisté a las víctimas y también a los victimarios, aunque mi principal diferencia con Ciro es que él colocaría los personificadores en sentido inverso a como yo lo hago.
Aprovecho aquí para preguntarle si alguna vez conversó con Enriqueta Cruz, madre de Brenda Quevedo, quien lleva más de diecisiete años privada de la libertad sin contar con sentencia en primera instancia. ¿No le produce un milímetro de intriga la posibilidad de que, como ella afirma, haya sufrido una violación tumultuaria cuando, de manera ilegal, la encerraron en una caseta aislada de la Marina ubicada en un rincón de las Islas Marías?
En 2006 la producción de Ciro Gómez Leyva citó a Guadalupe Rangel Gómez, tía de Brenda, para una entrevista radiofónica. Ella cuenta que la tuvieron esperando fuera de la cabina durante un par de horas y que al final la despidieron argumentando que se había cometido un equívoco a la hora de llamarla. Pasmada, la señora Guadalupe observó como, al mismo tiempo, se sentaba a la mesa del periodista Isabel Miranda, acompañada de un abogado.
No tengo registro de que Ciro haya invitado a su programa a Raquel Dobín o a Judith Tagle, la madre y la hermana de Salomón y Jacobo Tagle. Ninguna curiosidad le provocó a este periodista que un postulante a rabino pudiera ser al mismo tiempo un secuestrador, ni que Jacobo haya denunciado ser víctima de tremendas torturas en la prisión de Villa Aldama, confirmadas mediante protocolo de Estambul.
Ciro tenía al menos una decena de víctimas a las cuales considerar para formarse una opinión balanceada del caso. Por ejemplo, la de Laura Domínguez quien, también en 2006, fue invitada a una brevísima charla con él porque, siendo una de las mejores amigas de Hugo Alberto Wallace, afirmó haber sostenido un encuentro presencial con el hijo de Isabel un año después de su supuesta muerte.
¿Por qué Gómez Leyva desechó el testimonio de las víctimas? Probablemente porque quedó atrapado en la visión de túnel que le entregó la certeza de que Isabel Miranda era inocente de todo lo que se le acusó durante los últimos veinte años.
“¿De qué la acusan hoy?”, interrogó exaltado el miércoles. ¿De plano no ha prestado un segundo de su escucha o de su lectura a la abundante evidencia sobre la fabricación del secuestro y la muerte de Hugo Alberto? ¿No hay un solo argumento que lo haya puesto a dudar? Por su reacción reciente supongo que no y ese es justo el problema.
Recomiendo a Ciro que vea el filme Cónclave, sobre todo el discurso que da el cardenal interpretado por Ralph Fiennes en donde ese personaje advierte que el peor pecado entre los seres humanos no es la arrogancia sino la certeza: el error que significa renunciar a hacerse preguntas que puedan poner en duda nuestras convicciones más feroces.
En mi caso, Ciro me entrevistó en dos ocasiones sobre el tema. La primera fue muy desafortunada. Se burló con su tono habitual sobre mi incapacidad en aquel momento para decir dónde, si no estaba muerto, se encontraba Hugo Alberto. Textualmente dijo que en cualquier redacción de periódico se reirían de mí por no poder entregar esa información.
Le respondí, ciertamente con insolencia, que esa pregunta delataba su ignorancia jurídica por lo que prácticamente me colgó la llamada. Ya no pude decirle que entonces habían transcurrido casi cinco años desde la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa y, sin embargo, el desconocimiento de su paradero no conducía a la irrelevancia periodística del caso.
El exceso de Ciro tomó como adversario principal un mensaje subido a las redes sociales por el párroco Solalinde, quien, por cierto, a diferencia de otros, conoce bien a las verdaderas víctimas del caso Wallace y sabe cuánto dolor les impuso la señora Isabel. Acaso por eso la llamó “anti-mujer”, porque de otra manera no habría forma de explicar la crueldad que desplegó en contra de tantas personas de su mismo sexo.
Creo sin embargo, que el fragmento más irritante de Solalinde es aquel donde el religioso dice: “los que por años… han apoyado (a Isabel Miranda) deben sentir vergüenza, los que la protegen, sus cómplices, son remanentes de un sistema fallido”.
Es probable que Ciro no sepa que Abraham Pedraza Rodríguez, cuñado de Isabel Miranda, trabajó durante varios años en la ponencia de Norma Piña, antes de que fuera presidenta de la Corte. Se trata del mismo sujeto que presentó la denuncia falsa por el secuestro de Hugo Alberto. Tal desconocimiento impidió que el periodista entendiera a qué se refirió Solalinde cuando escribió que, a diferencia de Isabel Miranda, esa funcionaria del Poder Judicial no tendrá que rendir cuentas respecto a sus relaciones controversiales.