Por donde pasa, Mike deja una estela con ese olor asiático característico de los cigarrillos que mezclan tabaco y clavo. No es fácil conseguirlos en México y por eso el detective guarda un surtido considerable en los cajones de su recámara.
El tío Luis se burla de él comparando su físico con el de Leo Dan, un cantante argentino de otras épocas. Al policía viejo no le falta razón porque Mike Parodi nació con un copete alto y una barbilla partida de galán de cine.
Una semana transcurrió desde que el tío encargó que investigara el caso de la casa pintarrajeada con las siglas del cártel de las cuatro letras. Gracias a ese jefe de policía, que solía cobrar trabajos por fuera de la nómina, Mike consiguió que lo dejaran entrar al inmueble antes de que los agentes borraran la evidencia.
Aunque el objetivo era averiguar los nombres de los autores del allanamiento, Parodi sabía que, para lograrlo, antes tendría que confirmar la identidad de las personas que habían habitado ese sitio y que, según información proporcionada por su empleador, después de aquel episodio debieron abandonar el país.
Lo primero que llamó la atención del detective fueron las fotografías de quien debió ser la señora de la casa. Una joven guapa, cuyos retratos encontró en prácticamente todas las habitaciones de la residencia vestida con ropa, bolsas y joyas caras. La más llamativa es donde aparece de pie junto al ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, aunque encontró otras que la muestran rodeada de personalidades del jet set en eventos realizados en ciudades como Dubái, Londres, Madrid o Miami.
Cabía calcular la posibilidad de que el cártel de las cuatro letras tuviera a esa mujer como objetivo para secuestrarla, sin embargo, el detective sabía que esa organización se dedicaba a otros negocios y no al plagio.
Aunque en menor proporción, Mike encontró también retratos de la pareja de esa chica: un hombre robusto y de escasas barbas que el detective reconoció de inmediato.
En efecto, tal como había calculado la semana anterior, no se trataba de un político conocido, sino del hijo de un hombre muy poderoso. Para explicar el allanamiento tenía mayor probabilidad la teoría de que fuese él la causa y así se lo dijo al tío Luis.
—Te pedí que dieras con los criminales, sin meter las narices en la vida de las víctimas —reclamó el policía viejo.
—No es posible hacer una cosa sin la otra —respondió con indiferencia Mike y luego añadió: —ahora entiendo por qué no puedes encargarles a tus agentes que investiguen este asunto.
El tío hizo como si no hubiese escuchado ese último comentario; en vez de ello interrogó si sabía algo más sobre la camioneta gris utilizada por los delincuentes para escapar.
—¿Por qué el cártel de las cuatro letras se metió a esa casa? — insistió Mike.
—Esa no es la pregunta que debes hacerte.
—Si ingresaron a la residencia de esas personas y pintaron con letras rojas las principales paredes fue porque querían reclamar algo.
—¿Qué sabes de la camioneta? —exhortó de nuevo el policía.
—La vida es como una jornada larga en la que se lleva una carga pesada, no es necesario apurarse con ella —se burló Mike con una de las citas favoritas de su propio padre.
—En este caso tenemos prisa —contestó el tío que había escuchado varias veces esa misma frase en boca de su mejor amigo.
—Para mí que el inquilino de la casa quedó mal en algún compromiso que hizo con esa gente.
—Te estás metiendo en un terreno peligroso, regresemos mejor al tema que nos ocupa.
Mike había revisado más de una decena de veces los videos de las cámaras de seguridad donde se observa a unas personas abandonar aquel domicilio con el rostro cubierto, después de haber dejado ostensiblemente sus huellas por todas partes. Si bien, esa gente se había cuidado de no dejar una sola pista que pudiera inculparles, el transporte marca General Motors representaba un hilo del cual podía tirarse.
Aunque hay miles por toda la ciudad y eran robadas las placas de circulación que se observan en las imágenes, el vehículo tenía un golpe visible en el parachoques y otro sobre la salpicadera izquierda que permitieron a Sabueso, la asistente de Mike, perseguir su rastro hasta dar con el domicilio donde los maleantes concluyeron aquella jornada laboral.
Antes de compartir esta última pieza de información, Mike encendió su cuarto cigarro del día. El tío protestó por el olor a especias chinas que invadió su lugar de trabajo, pero el detective privado no se inmutó.
—¿Quién nos paga esta investigación? —inquirió de nuevo mientras expulsaba el humo espeso.
—¿Cuántas veces debo repetirte que es mejor que no preguntes?
El detective Mike Parodi devolvió al jefe de policía el expediente que había recibido siete días antes con una serie de fotografías y también el dispositivo que contenía las imágenes de las cámaras de seguridad. A ese material añadió las coordenadas del sitio donde había ido a parar el vehículo.
Cuando se despidió de su principal empleador, Mike tuvo la intuición de que el caso de la casa pintada con las cuatro letras era la primera llamada de una obra que apenas estaba por comenzar.
Días después Mike volvió a ver al tío Luis, quien en esa vez llevaba la mano derecha vendada.
—¿Con quién te pasaste esta vez? —quiso saber el detective conociendo los métodos que el policía viejo seguía empleando para conseguir información.
— Estabas en lo cierto: lo de nuestros amigos de la casa pintarrajeada no fue un robo. La maña exigió cuentas por algo que debían.
—¿Una promesa incumplida?
—Algo así, confirmó el policía.
(Esta historia continuará el próximo sábado)