Las dos Navidades

Ciudad de México /

¿Colgó o nos colgamos el teléfono? No es la primera vez. Siempre que la temperatura de la conversación calienta la línea así termina el intercambio. Las exageraciones y los exabruptos tienden a multiplicarse por estas fechas.

Este año no logré escapar de la memoria contradictoria del árbol de Navidad. Una es la del festejo y la otra, con igual intensidad, la del reclamo por las expectativas incumplidas.

Ambas tienen que ver con un mismo origen: la mirada que mis padres usaban para valorar las ramas iluminadas del árbol que ellos mismos habían adornado.

Los ojos del festejo, no me cabe duda, eran los de la mañana del 25 de diciembre, cuando la prole se levantaba al amanecer para destripar las envolturas de los regalos que el Niño Dios – Santa Claus vino cuando la mayoría ya sabíamos que era un mito – había traído a casa.

Según mi recuerdo, no era tanta la felicidad por los juguetes sino por la mirada de mis padres cuando nos observaban al abrirlos.

Tengo clavada aquella actitud satisfecha de un hombre y una mujer que se habían reproducido en extenso porque creían que lo más importante para sus vidas era haberse convertido en madre y en padre.

Los niños que resbalaban con la rabadilla por las escaleras –con sus rostros hinchados de dormir y sus mamelucos recién estrenados– eran la representación perfecta de su satisfacción. Y nosotros cumplíamos con nuestro rol para hacernos a todos dichosos.

¡Que diferente solía ser la mirada de mis padres la noche del 24 de diciembre! Ahí no había satisfacción ni contento sino el reclamo a las partes faltantes de la fotografía. La queja por las prisas, de un lado, y por la impuntualidad, del otro; el reproche por la ropa incorrecta, por los regalos que con seguridad iban a desilusionar, por el choque entre dos formas de educar que nunca compaginaron.

Entiendo ahora que no fue responsabilidad de los anfitriones la sensación infantil de ser la prole inadecuada, sino de mis padres que nunca pudieron conciliar en un mismo discurso la noche del 24 y la mañana del 25.

Cada año, así celebramos la Navidad aquellos niños que en el presente atravesamos ya la cincuentena. Con grandes expectativas despelucadas por una exigencia imposible de cumplir y, a la vez, por la dicha por pertenecer a la familia más gozosa.

Zoom: Me sorprende que tantos años después, ya en ausencia de mis padres, continuemos regalándonos la misma contradicción. 


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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