No debe suponerse que cometió un delito por dormir sobre un colchón bajo el cual su pareja escondía armas exclusivas para el uso del Ejército.
Incurrir en ese error implica un razonamiento alejado de la perspectiva de género que debe prevalecer en la justicia. Esto lo afirmó hace unas semanas el ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, cuando propuso liberar a Juana Hilda González Lomelí, acusada injustamente de haber participado en el secuestro de Hugo Alberto Wallace.
Este caso es más común de lo que quiere aceptarse. Suman decenas de miles las mujeres que en nuestro país están privadas de su libertad, no por un delito cometido, sino por haberse vinculado a la pareja equivocada.
Hoy quiero referirme en esta página a Xóchitl Ramírez Velasco, acusada también de haber participado en un secuestro, a pesar de que hay una montaña de pruebas que apuntan en una dirección contraria.
El jueves 4 de mayo de 2023 fue detenida por un grupo de agentes que no portaba uniforme, ni identificación, tampoco una orden judicial. No fue hasta que ingresó al centro penitenciario de Atlacholoaya, en Morelos, que la informaron sobre una acusación grave en su contra.
En las horas posteriores, Xóchitl experimentó un ataque prolongado de epilepsia, trastorno que, si bien padecía previamente, se potenció a partir de la angustia que la autoridad le impuso cuando una jueza de control mandó que la metieran tras las rejas, a pesar de que la acusada contaba con evidencia robusta sobre su inocencia.
¿Qué pruebas presentó el Ministerio Público en contra de Xóchitl?
La primera tiene que ver con un hecho ocurrido ocho años antes del plagio por el que la imputaron. Durante la primera década de este siglo Xóchitl sostuvo una relación con un joven llamado Sergio quien, en 2009, fue acusado por un presunto robo de autopartes. Mientras estuvo privado de la libertad, acudieron a visitarlo su madre, sus hermanas y también quien hubiera sido su novia. Al final el sujeto salió absuelto de este delito.
Ya fuera de la cárcel, la relación entre Xóchitl y Sergio no prosperó. Si bien mantuvieron alguna comunicación amistosa a través de sus líneas celulares, existe evidencia concluyente de que el vínculo amoroso se disolvió.
Años más tarde, el martes 12 de marzo de 2019, Sergio volvió a caer en manos de la policía. Lo hallaron dentro de una casa de seguridad ubicada en la ciudad de Cuernavaca donde, junto con otros dos cómplices, habían raptado a una mujer.
Durante el interrogatorio al que fue sometida la víctima, ella afirmó que, además de esos individuos, estaba involucrada otra persona del sexo femenino.
La víctima no fue capaz de proporcionar datos suficientes como para realizar un retrato con su descripción, pero afirmó que se trataba de la novia de uno de los plagiarios que tenía la cara “redonda,” era “cachetona” y poseía una complexión “robusta”.
Con esos tres rasgos poco precisos los investigadores del caso acudieron a la cárcel donde Sergio había pasado una temporada entre 2009 y 2011. En esa instalación guardan registro de todas las personas que visitan a los reos. Fue mediante esta base de datos que dieron con la fotografía de los familiares y también de la novia que entonces tenía el futuro secuestrador.
Junto con otras imágenes, este retrato fue presentado a la víctima del rapto con el propósito de que identificara a la persona del sexo femenino que había escapado de la justicia. Tan vaga habrá sido la confirmación que, entre 2019 y 2023, la autoridad no molestó a Xóchitl. Ella, sin tener la más remota idea de lo ocurrido, continuó haciendo su vida normal hasta hace dos años que la policía procedió a detenerla.
A la hora de presentar las acusaciones, el Ministerio Público desestimó aquellas pruebas que abogaban en favor de su inocencia. Resulta que el sábado 9 y el domingo 10 de marzo de 2019, fechas en que, según su propio testimonio, la víctima tuvo contacto ininterrumpido con la mujer involucrada en su cautiverio, Xóchitl departió con un mar de gente en un retiro organizado lejos de la casa de seguridad.
Existen fotografías que confirman su dicho, los metadatos almacenados en varios celulares con los que se tomaron esas imágenes y más de diez testigos que aseguran haber interactuado con Xóchitl ese fin de semana.
Valorando esta evidencia es materialmente imposible que la imputada haya estado en ambos sitios al mismo tiempo. Sin embargo, para que la hipótesis de su involucramiento no fuese desechada, la jueza excluyó los testimonios aportados por la defensa.
Los dos años que lleva Xóchitl encerrada han afectado de manera importante su condición. La gravedad creciente de la epilepsia que la aqueja y la imposibilidad de una atención médica adecuada en la cárcel ponen en riesgo su vida.
Por fortuna, el pasado jueves –considerando su estado de salud– otro juez la excarceló para que pudiera seguir el juicio en un lugar más adecuado.
Procede ahora que las pruebas de su inocencia sean valoradas con rigor. Haber sido novia de Sergio y tener una tercia de rasgos físicos –muy generales– no pueden ser los razonamientos para inculpar a Xóchitl como secuestradora.
El problema es que la justicia en México repite una y otra vez este mismo patrón. Si el novio tenía armas –como en el caso de Juana Hilda– ella es también señalada como culpable; si la chica visitó al ex novio en prisión, ocho años atrás, como ocurrió en el caso de Xóchitl, entonces ella se convierte en una perversa secuestradora.
Son decenas de miles de casos que pueblan las cárceles de mujeres y que están construidos de la misma manera: ser la amante, la madre de los hijos, la amiga o la compañera de un presunto criminal no tendría por qué convertirte, casi en automático, en una delincuente.
Para emplear los términos de Gutiérrez Ortiz Mena, este criterio es equivocado porque carece de perspectiva de género. Después de la resolución de la Primera Sala de la Corte, respecto del amparo solicitado por Juana Hilda González Lomelí, todas las personas juzgadoras del país estarían obligadas a revisar los prejuicios que los han llevado a criminalizar a tantas mujeres que no lo merecen.