Los amantes de la Privada Blanca

Ciudad de México /
“Llegué a creer que se trataba de un sitio rentado para encuentros ocasionales”. Especial

Hace días que su lado de la cama está vacío. M y yo nos despedimos con la falsa promesa de que ella regresaría pero los dos sabíamos que aquello era una mentira. Hay amores que son como plantas endémicas, no sobreviven lejos de la tierra que los vio nacer.

Cuando subió a aquel autobús yo me quedé conjugando en singular una historia que tiempo atrás nos habíamos inventado juntos.

Un año antes nos habíamos mudado a vivir a la Privada Blanca que está ubicada en el número 70 de la calle Serapio Rendón de la Ciudad de México. Entonces nuestros libros se mezclaron bien porque se conocían de siempre. M dispuso dónde debían ir los muebles y a mí me tocó colgar las fotografías y los cuadros.

Durante el día, a ese departamento, construido en la primera década del siglo XX, le entraba luz por todos lados. En la noche, en cambio, le faltaba iluminación porque no servía la mayoría de las farolas de la privada y porque, cuando tocó comprar las lámparas para nuestro hogar, otras necesidades habían consumido los ahorros.

Me pregunto dónde estaríamos si no hubiera irrumpido en nuestra intimidad la pareja que habitaba del otro lado del muro. Es falso que el infierno sean los otros, en realidad son solo el espejo donde se reflejan nuestras propias miserias.

De tanto imaginar el futuro M y yo perdimos de vista el presente. Durante años nuestras cabezas aprendieron a concentrarse solo en el porvenir. El problema vino cuando éste finalmente ocurrió y entonces descubrimos que no teníamos otro tema sobre el cuál conversar.

De esto tomamos consciencia por los sonidos que atravesaron la pared de nuestra recamara. Recuerdo bien la primera vez que los escuché. Me despertó el golpe lejano de una cama estrellándose con ritmo contra el muro; luego siguió un rumor que con parsimonia terminó estallando en estampida.

Si voyerista es aquel individuo que se excita al mirar a otras personas teniendo sexo, ¿cómo se denomina a quien le sucede algo parecido cuando, sin verlas, las escucha?

Aquella situación fue de lo más extraña. Antes de abandonar por completo el sueño en el que me encontraba acompañé aquellos quejidos con el repertorio de mi imaginación.

La pareja del cuarto de al lado no tenía ninguna prisa por concluir su sinfonía y yo, entre movimiento y movimiento, me animé a suponer sus distintas posiciones. El gozo, a veces de él, y más explícito el de ella, completó el fresco de mi febril pornografía.

Suponiendo que a M también la habían despertado los vecinos, intenté hacer contacto. No respondió sin embargo a mis caricias. Reducido al papel de simple espectador, me resigné en solitario.

Aún no sé por qué callé la anécdota mientras ella y yo tomamos el desayuno la mañana siguiente. Otros habrían bromeado y quizá hasta se habrían desafiado con superar aquel espectáculo acústico. Pero me contuve, creo que temí la posibilidad de que M sí se hubiera percatado de la fiesta, aunque prefirió simular que dormía cuando le propuse participar en el juego de la imitación.

¿Quién era esa pareja que habitaba del otro lado del muro? A partir de esa primera noche me entró urgencia por dotarle de rostro. Entonces tenía un trabajo que estaba a pocas cuadras de casa, el cual me entregaba libertad para hacer una pausa siempre que me venía en gana. Así que me puse a merodear la privada a distintas horas, rogando ver salir de la construcción contigua a los protagonistas de mis sueños húmedos.

No tuve suerte. Al parecer esos dos solo existían ahí dentro durante sus intercambios. Llegué a creer que se trataba de un sitio rentado para amantes ocasionales pero la siguiente ocasión confirmé con el oído que eran la misma mujer y el mismo hombre.

Sucedió que M y yo nos recostamos a descansar una tarde de sábado cuando del muro volvió a surgir el mensaje erótico de los vecinos. Para mi sorpresa, ella se puso de pie y abandonó nuestra recámara sin decir una palabra. Era como si un ataque implacable de pudor la hubiese apartado de aquella coordenada. No supe cómo reaccionar. Deseaba atender el nuevo concierto, pero un golpe de fidelidad me hizo abandonar también nuestra cama.

Tampoco esa vez M y yo hablamos del asunto. Ella impuso un silencio de hielo que no tuve cómo revertir. Este no fue el único tema sobre el que decidimos dejar de hablar. Antes de que nuestros cuerpos tomaran distancia, lo habían hecho ya las palabras.

Mis vecinos nunca supieron que yo les espiaba, tampoco imaginaron que su intimidad feliz pudiera convertirse en un acto de crueldad cometido en contra de terceros. La cuestión se complicó cuando, a la ostentación de sus pasiones, se sumó la frecuencia. Era obvio que aquellos vecinos no tenían horario fijo y también que ocupaban cualquier oportunidad para disfrutarse.

Excepto cuando aquellos sonidos sucedían en las madrugadas, M decidió salir del departamento cada vez que aquella pareja, sin saberlo, se apropiaba de nuestro hogar. Esa actitud de M terminó por causarme dolor. Era como si el desdeño por el placer ajeno implicara también un rechazo hacia mi persona.

Aunque luego entendí el verdadero significado de aquellas reacciones: a diferencia mía, M anticipó que nuestros cuerpos no poseían lo necesario para incendiar el mundo como lo hacían aquellos jóvenes. Si hubiésemos sido mayores, podríamos habernos explicado la falta de deseo con otros argumentos, pero no era el caso.

M y yo planeamos estar juntos desde que éramos unos adolescentes. Después de los veinte logramos cumplir nuestro sueño porque ambos somos muy necios. Sin embargo, para cuando por fin nos mudamos a vivir juntos, lo fundamental había partido.

Nos enteramos gracias a las interrogantes que cruzaron ladrillo y cemento para interpelar la naturaleza de nuestro deseo.

Desde que M dejó vacío su lado de la cama, no he vuelto a escuchar nada que provenga de aquel muro. Supongo que los amantes de la Privada Blanca se habrán mudado para desafiar con su relato a otros desahuciados por el desamor.


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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