Está científicamente probado que sufrimos una sobrepoblación de charlatanes. En un país democrático, ¿no deberían esos personajes contar con simétrica representación en el Congreso de la Unión, en el Poder Judicial o incluso en el Ejecutivo?
Si la democracia es el gobierno de las mayorías y dentro de la mayoría hay tarabillas, ¿por qué excluirles de la deliberación democrática?
El tema es serio. Los merolicos merecen un lugar, también los fabricantes de productos milagro y los que creen que la tierra es plana, lo mismo que quienes han visto fantasmas, aluxes, ángeles o zombis. La máxima tribuna de la nación debe darle voz a quienes aseguran ser la reencarnación de Jesucristo, de Buda o de Zaratustra.
No debe limitarse a nadie. Que la nación entregue poder a los hombres lobo y a las mujeres araña, a los vampiros, a los transespecie, a los satanistas y a quienes les gustaría volver a la época en que se practicaban sacrificios humanos.
Que tenga permiso el embuste, la falsedad, la impostura y la parlanchinería. Que el mayor de todos los charlatanes, el más cínico, presente su candidatura al Senado o, mejor aún, a la Presidencia de la República.
¿Qué tal Jaime Maussan? ¿No sería el representante más elocuente entre todos esos que hablan y hablan y hablan sin tener que demostrar nada?
Ya puedo imaginarme su lema de campaña pintarrajeado en todos los muros y bardas del país: “E.T. phone home SÍ existe.”
Esa campaña comenzó el martes, cuando unos parientitos del entrañable E.T. subieron a la tribuna más alta. ¡Llevaban mil años esperando esa oportunidad! Con su mejor retórica Maussan habló por ellos. Ante legisladores atónitos y en estado completo de admiración, aseguró que los expertos de la UNAM respaldaban su decir.
Mala fue la hora en que el Instituto de Física de esa universidad echó a perder la fiesta. Resulta que el parloteo del profeta no tenía asideros. Los ETecitos son un fraude conocido casi desde que se descubrieron en las minas de Nazca, en Perú.
Zoom: la escena de los parientitos de E.T. demuestra la desaparición de la frontera que debería existir entre un circo y un parlamento. Esta tragedia empezó cuando a los fanfarrones se les comenzó a tratar como gente seria y a la gente seria como si fueran unos fanfarrones.