Hemos dejado de ser vecinos distantes para volvernos, de plano, unos desconocidos. Hace 37 años Alan Riding, periodista entonces del New York Times, intentó hacer un retrato sobre nuestro país en el que, entre otras cosas, destacó el abismo cultural existente entre las sociedades mexicana y estadunidense.
El martes pasado, provocado por el triunfo abrumador de Donald Trump en las elecciones presidenciales, busqué en mi biblioteca Vecinos distantes. No envejeció mal ese texto, sino la comprensión, cada vez más precaria, entre nuestras poblaciones.
Según una encuesta de De las Heras Demotecnia, levantada hace un par de semanas, 56 por ciento de la gente en México estábamos convencidos de que Kamala Harris iba a alzarse con la victoria. En contraste, solo 36 por ciento le daba el triunfo a Trump.
Desde el sur del río Bravo parece incomprensible que los vecinos le hayan entregado un segundo mandato a este personaje que, a través de las lentes de nuestro entendimiento, aparece tan siniestro.
Desde acá no logramos descifrar por qué ganó este fulano macho, misógino, mentiroso, exagerado, histriónico, autoritario y peligroso, entre otros adjetivos.
Ayer amanecimos preguntándonos qué fue lo que no vimos o no entendimos sobre los vecinos para que hayan votado como lo hicieron. La falta de comprensión es de tal dimensión que duele la cabeza.
Es como si un desconocido se hubiera mudado a vivir al jardín de a lado, aunque luego descubrimos que se trata del mismo sujeto de antes y que solo empeoró sus hábitos.
Esta elección debería obligarnos a cambiar de zapatos y ponernos los ajenos: ¿acaso no nos valoran igual de extraños desde Estados Unidos? Me refiero a la mayoría del territorio norteamericano donde nuestra identidad es sinónimo de invasión, crimen, violencia y peligro.
Si Trump ha abusado del argumento antimexicano es porque este ya estaba ahí antes de que él cruzara la puerta de la política. El magnate ha construido sobre el rechazo a nuestro país porque, igual que nosotros desconocemos al vecino, el vecino nos desconoce.
Lo cierto es que, mientras en nuestro espejo se refleja su peor rostro, en el suyo se proyecta el peor nosotros.
Zoom: Resulta increíble que, a pesar de tanta historia e intereses compartidos, continuemos incapaces de percibirnos distinto.