Omar Reyes Colmenares será el nuevo titular de la Unidad de Inteligencia Financiera que dejó Pablo Gómez Álvarez, quien a partir de ya se sumará a la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral.
Reyes es un policía de carrera. Abogado de profesión, era director de Interpol en México cuando Omar García Harfuch, recién designado jefe de Seguridad de la Ciudad de México, lo nombró sucesivamente fiscal, director de la Policía de Investigación, director de Casos de Alto Impacto, director de Inteligencia en la Subsecretaría del Sistema Penitenciario y finalmente subsecretario del Sistema Penitenciario. Cuando García Harfuch se unió, a regañadientes de López Obrador, al equipo federal de Claudia Sheinbaum, se llevó con él a Reyes Colmenares.
Es difícil pensar en un mejor perfil para esa oficina, sobre todo ahora, cuando la Casa Blanca le respira a la Presidenta al cuello luego de que a Gómez se le pasara de noche que, por años, tres instituciones financieras mexicanas de regular tamaño lavaron dinero para el narco sin siquiera poner en ello demasiado cuidado. Por lo anterior, y por su ausencia general de resultados, hay quienes dicen que Gómez fue un fracaso, que jamás llamó a cuentas a ningún criminal, que los capos usaban nuestro sistema bancario como si fuera de ellos y que el futuro ex director se dedicó principalmente a hostigar a los críticos del régimen. Todo eso es cierto, pero no podemos olvidar que para eso precisamente lo pusieron allí. Gómez es el prototipo del perfecto solovino y, si se hizo de la vista gorda ante los criminales para ponerle lupa a los opositores, es porque esa fue, precisamente, su encomienda. Como lo será a partir de hoy desmantelar a un INE que algún día fue independiente para someterlo del todo a la opacidad del Gobierno, desdentar a todas las organizaciones políticas que no sean la suya y regresarle el control de las elecciones, y de nuestra voluntad ciudadana, al nuevo partido de Estado.
Nada me hace dudar de la capacidad de Reyes. Pero si las instrucciones desde Palacio siguen siendo que se haga bovino, mejor esperemos sentados esos golpes espectaculares contra el dinero sucio del crimen organizado, ese que ninguna agencia policial en México ha tocado nunca ni con el pétalo de una rosa. Sí, está claro que ese abyecto abrazos, no balazos, de López Obrador ha sido venturosamente sepultado. Lo que no está claro es si el cambio es de fondo o de mera forma: este pasado domingo, en Culiacán, el gobernador Rubén Rocha Moya, el favorito de los Chapitos, el que estuvo presente la noche cuando mataron a su abierto enemigo Héctor Melesio Cuén —sin que todavía se sepa quién— y cuando Joaquín Guzmán levantó al Mayo, el mismo al que luego de conocerse su asistencia a la fatídica reunión la Presidenta fue a respaldar para protegerlo de cualquier molesta investigación, ese mismo Rocha Moya, participó muy orondo en una mesa de seguridad convocada por nuestro secretario de Seguridad y por los titulares de la Defensa Nacional y de la Marina para ver cómo va en Sinaloa el combate al crimen organizado.
Y ni modo de levantarse a aplaudirles.