Con el voto en un hilo

Ciudad de México /

La elección que viene no será una entre dos candidatas, dos partidos o dos formas de hacer política. Será una entre conservar la imperfecta democracia ciudadana que hemos construido desde el año 2000 o el regreso pleno a la autocracia opaca, pauperizante, arcaica y profundamente injusta de la vieja dictadura.

Si gana Sheinbaum, López Obrador le entregará muy a su pesar el bastón federal, pero nunca el mando; el tabasqueño tiene 6 años haciendo lo necesario —la espada de Damocles que es la revocación de mandato, y su repartición de puestos en las futuras Cámaras, y hasta en el gabinete, por ejemplo— para eternizarse más allá de las murallas del Palacio y del sexenio.

En sus recientes deslices la científica ha mostrado que está hasta las margaritas de la sombra del caudillo, pero es imposible saber si se atreverá a romper de lleno con quien siempre ha sido sumisa hasta la ignominia. No nos llamemos al engaño: aun en ese caso, Claudia no se convertirá súbitamente en la demócrata moderna que jamás ha sido. No va a apuntalar al INE ni a dejar de acogotar a la prensa, menos a respetar la separación de poderes o a nombrar fiscales que se nieguen a cumplir sus órdenes ilegales, ni a dejar de comprar votos clientelares; con o sin su mentor, va a seguir minando nuestras frágiles instituciones y contrapesos como ha hecho durante toda su carrera política.

Pero aquí el asunto es que, a estas alturas, el control y el poder son para López Obrador imperativos de los cuales ya no puede prescindir. Así que aunque Sheinbaum elija seguir comportándose como su más obsequiosa solovina, el tabasqueño no podrá dejar de jalarle la correa una y otra vez, siquiera para probar los límites de su menguante influencia. Ese estira y afloja terminará dinamitando al uno como al otro, siendo la apuesta quién reventará primero: lo que está claro es que los daños de esa lucha sorda los vamos a pagar todos los mexicanos.

Ahora bien, si gana Gálvez, una posibilidad muy real a pesar de los desesperados intentos de crear la impresión del triunfo inevitable de la candidata oficial, la implosión será peor. López Obrador no ha respetado ni una sola vez la voluntad ciudadana cuando ésta no le ha favorecido, y esta vez la muina es personal: además de urgirle mantener la impunidad que le ha extendido a sus corruptísimos familiares y allegados, quien se vende como el presidente más querido de la historia hace mucho que no puede mostrar la cara en público por su pavor a ser increpado por el pueblo bueno, como le acaba de suceder en su mismísimo Tabasco. La pregunta aquí es qué tan lejos está dispuesto a llegar en los estertores de su rencor vivo. ¿Lanzará a los generales que ha comprado con dinero público contra los ciudadanos? ¿Le pedirá a sus simpatizantes en el narco que amedrenten a los votantes el domingo, y a los opositores inconformes después? ¿Tumbará al sistema, violentando al INE y clamando por enésima vez fraude, a pesar de ser él ahora quien detenta todo el poder?

Son situaciones inéditas y descoyunturantes. Para enfrentarlas los mexicanos tenemos, todavía, el poder de nuestros amenazados votos. Le pido a todos los aluxes que lo usemos sabiamente.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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