Entre las mayores patrañas del obradorato está el hacerse pasar por feminista. Podríamos decir que hacerse pasar por liberal y de izquierda, pero quisiera centrarme en el rasgo aludido por los recientes acontecimientos alrededor de la Presidenta electa.
Claudia Sheinbaum ha sido siempre una incondicional de López Obrador. Cómo olvidarla entrando sonriente, desafiante, a la casa de campaña de Felipe Calderón en junio del 2006, caminando al lado de un diablito desbordado, rodeada de periodistas. Iba a cumplir una encomienda de su jefe: en el debate llevado a cabo días antes AMLO acusó a su contrincante de regalarle a su cuñado Diego Zavala contratos por 2500 millones de pesos cuando el panista fue Secretario de Energía bajo Vicente Fox y, cuando Calderón lo negó, López ofreció mandarle las pruebas hasta su casa.
La acompañaban el entonces vocero del PRD, Gerardo Fernández Noroña, y Jesús Ortega, el coordinador de la campaña. A todos se les cayó la cara cuando los panistas, en el quicio de la casa, presentaron al notario público 242, Roberto Garzón Jiménez, para certificar públicamente las pruebas. Una a una las cajas se abrieron. Venían completamente vacías, con la excepción de un diagrama dibujado por López cuando el debate y unos legajos sueltos.
Desde ese vergonzante momento Sheinbaum ha seguido tragando sapos a lo largo y ancho de su periplo al lado de López Obrador y, en los meses recientes, parece subsistir enteramente a dieta de batracios. Hagamos un pequeño repaso: la regañó públicamente por no haber hablado lo suficientemente de él en uno de los debates. Le tumbó al sucesor favorito cuando ya había sido anunciado como ganador de las encuestas internas, sustituyéndolo por otra de sus leales. Le enmendó la plana a lo largo y ancho de su campaña ante cámaras y micrófonos, y le impuso a medio gabinete. Ha recorrido con ella el país en una gira del adiós donde él siempre es el centro de la atención, con ella a su lado, sonriente y aplaudiéndole, calladita excepto cuando repite sus mismas frases gastadas o espera que se pronuncie para opinar exactamente lo mismo.
La afición de López Obrador por encumbrar a mujeres en puestos relevantes no es porque las sepa igual de capaces que sus colaboradores hombres, sino porque las cree más manipulables, más sumisas, más rabiosamente leales: más corazones, corazoncitos. Si el Presidente eligió a Sheinbaum para sucederlo no fue con base en sus méritos o experiencia —su gestión en la capital no fue precisamente loable, sobre todo después de su insensible manejo de la caída de la Línea 12—, sino porque ella es la que mejor le garantiza regentearle el ejercicio continuo del poder desde Palenque y sin hipos. Por si alguien tuviera duda, el último clavo en el ataúd de cualquier sueño claudista llegó con el enquistamiento de Andy en el seno del nuevo partido de Estado.
En el desfile militar de ayer, los comandantes de las Fuerzas Armadas se declararon listos “para tener como Presidenta a la primera mujer en nuestra historia”. Pues muy bonito, pero mientras no traigan al notario público Garzón Jiménez, mejor esperemos sentados.