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El ultimátum

Ciudad de México /

En su primera carta, al poco tiempo de su llegada involuntaria a Estados Unidos, El Mayo Zambada dinamitó el remedo de historia oficial que nos querían vender desde Palacio. La misiva enfatizaba la cómplice presencia del gobernador Rocha Moya en la emboscada urdida por los hijos de El Chapo, y revelaba el asesinato allí, en caliente, de Héctor Melesio Cuén, amigo de El Mayo y rival de Rocha, a pesar del burdo montaje del gobernador apuntando a que Cuén habría muerto en un intento de robo en una gasolinera. Con todo, el todavía presidente López Obrador cobijó firmemente al pestilente mandatario sinaloense, como lo ha seguido haciendo Claudia Sheinbaum hasta la fecha.

La segunda misiva de El Mayo, con fecha del pasado 20 de febrero y entregada al aún acéfalo consulado mexicano en Nueva York, tiene un tono de mucha mayor urgencia. Y con razón: Zambada, al haber llegado a manos del FBI y de la DEA gracias a “coacción física y engaños”, no goza de las garantías exigidas por el gobierno mexicano antes de la extradición de cualquier connacional, siendo una de éstas la eliminación de la pena capital.

En Nueva York la pena última, a nivel estatal, fue abolida desde 2004. Pero los delitos de El Mayo son federales y, aunque solo el juez Brian Cogan tiene la facultad de decidir su suerte, el paredón químico es uno de los castigos favoritos de un presidente Trump que, a diferencia de su antecesor, no se va a privar de empujar y de vender la ejecución del mítico capo como el momento Bin Laden de su mandato.

En su carta Zambada dice que, al haber sido violentados sus derechos en México, las autoridades deben hacer todo lo posible por repatriarlo, o vendrá “el colapso”. Y sí: la copiosa información acumulada durante décadas en su ronco pecho sin duda bastará y sobrará para aniquilar al actual gobierno mexicano en particular, y a nuestra clase política en general. La salvedad es que, luego del dedo que le pintó López Obrador a Trump cuando éste le regresó a Cienfuegos con la condición de que lo enjuiciara en su suave patria, y no solo no lo hizo, sino que hasta lo premió, difícilmente el gringo va a mostrarle la misma generosidad a una émula que, teniéndola agarrada del arancelario cogote, encima se da el lujo de subir al general de la discordia al templete con ella nada menos que en el día de la lealtad.

Desde el ultimátum México no ha sabido articular una respuesta, ya no satisfactoria, sino siquiera coherente, más allá de “no caeremos en chantajes ni amenazas”. Quizá por eso ayer el abogado del capo, Frank Pérez, aseguró que “el señor Zambada no quiere ir a juicio y está dispuesto a aceptar la responsabilidad de un cargo que no implica la pena de muerte”, donde la cooperación se da por sentada. Lo bueno es que, si las partes llegan a un acuerdo, no va a haber narcopolítico en México que vaya a poder dormir una noche en paz. Lo malo es que, sin juicio, donde se hacen públicas las evidencias y los testimonios, los ciudadanos de a pie no podremos enterarnos de absolutamente nada hasta el siguiente arresto sorpresivo de camino al shopping o a Disneylandia.

Saquen el valium y las palomitas, que esto apenas empieza.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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