La camiseta

Ciudad de México /

Mi media naranja y yo discutimos frecuentemente sobre el sentido de algunas incomprensibles acciones llevadas a cabo por la fauna de la T4. Él suele alegar que responden a aviesas intenciones, que le apuestan a un fin ulterior, maquiavélico, o que buscan distraer la atención enmascarando sus planes en jugadas de tres bandas. Yo digo que no les sube el agua al tinaco.

Lo de la camiseta con la imagen de la Santa Muerte, por ejemplo, desafía toda interpretación. Como suele suceder en este México conservador y parroquial, la mayor parte de las histéricas discusiones versaron sobre la huesuda efigie, un primer plano con un coqueto dedo en lo que antes fuera una boca, puesto allí para conminar al silencio. En las clases medias altas y altas, aún mayoritariamente católicas, la Santa Muerte es vista como una figura demoniaca, oscura, amenazante, de gente peligrosa, no sólo por ser una de las religiones populares con más crecimiento en el país y competencia directa de los padrecitos, sino por haber desplazado a Jesús Malverde como la patrona tanto de las policías como del crimen organizado.

Todo esto podría haber quedado para alimentar los cotilleos de don Susanito Peñafiel y Somellera, sin más, pero no puede uno dejar de preguntarse, después de que las etiquetas de #NarcoPresidenteAMLO y #NarcoCandidataClaudia se convirtieran en tendencia imparable, ¿a quién fue el bendito que se le ocurrió regalarle al Presidente una muestra más de abyección usando, precisamente, una de las representaciones de filiación narca más reconocidas del imaginario colectivo?

La camiseta de marras fue diseñada por una empresa conocida como Playeras Pendejas —os lo juro—, y quién soy yo para enmendar semejante verdad: el changarro es conocido por sus frases broncíneas, directas del patio de la secundaria, impresas sobre imágenes genéricas, góticas, de calacas que pueden ser o no alusivas a la Santa Muerte: “No entre al baño, lo tapé”, “Orgullosamente deudor de Coppel” y “Yo no publico mis logros porque no tengo”.

En la que nos atañe, alrededor de la imagen, la leyenda dice: “Un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”. Si observamos otros textos desplegados en el resto de la mercancía de Playeras Pendejas, no queda claro qué tanto del mensaje es, como lo tomaron los Solovinos con su sagacidad de costumbre, una muestra genuina de sumisión ante el Rey Chiquito, o qué tanto es un ejemplo más de patética guasa. Digo, alguien que porta con entereza y por la calle una leyenda confesando sus proezas escatológicas nomás por convivir, ¿por qué no habría de hacer la misma burla al confesarse tapete de la más apestosa kakistocracia hoy en el poder en México?

Ahora bien, fuera de los chavos con humor durito, es difícil pensar en algún adulto formal y de mundo, digamos, uno entre nuestros funcionarios públicos, en algún puesto quizá directivo, que asuma voluntariamente la ignominia y la sumisión ciega como muestra de virilidad, y que encima se lo tome en serio y lo suba a las redes como marca de pundonor.

¿En qué país estamos, Agripinos?


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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