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La familia que mata unida…

Ciudad de México /

Al ex presidente en funciones le encantaba ensalzar a la familia mexicana y a sus valores, calificándola como “la institución más importante en materia de seguridad social”. En México, decía él, no hay tanta gente en la calle, ni niños abandonados, ni adolescentes en drogas porque, a diferencia de los países neoliberales y capitalistas, aquí las abuelas cuidan a los nietos, las hijas a los padres y las hermanas entre sí.

Obviando por completo el machismo condescendiente de estas afirmaciones parroquiales —donde la mujer es siempre, por patriótico default, la abnegada y nunca remunerada cuidadora—, la Presidenta sigue esa pauta, como todas las demás, al pie de la letra: como respuesta a los amagos de Trump en torno a la complicidad del gobierno de México con el narcotráfico, Sheinbaum presumió, a modo de contraofensiva, que el bajo consumo de drogas en nuestro país se debía a nuestros recios valores, mientras que la moral capitalista de los gringos era la que causaba la desintegración familiar que llevaba a su gente al vicio.

El problema de estos mitos y leyendas es la realidad. Por si no bastaran para reventar la falacia unos cadáveres que no se decapitan ni se desmiembran solitos, y que brotan a lo largo y ancho del territorio nacional más rápido de lo que podemos decir “humanismo mexicano”, hace apenas un par de días el cuerpo de una niña de ocho años que llevaba por hermoso nombre el de Lluvia fue encontrado bajo una de las recámaras de su casa, en un poblado de la sierra norte de Puebla. El pasado octubre sus padres la mataron a golpes y obligaron a sus hermanos mayores a enterrarla, colocando una cama encima de la tumba recién apisonada, para luego reportar a su niña como desaparecida. A uno o dos días de lo anterior nos enteramos de que los padres de un bebé recién nacido en Tultitlán, en el negocio donde trabajaba la madre, fue metido por el padre en una bolsa de plástico y dejado en la calle a que muriera de frío o de asfixia, lo que ocurriera primero. Este último caso consternó particularmente al respetable por la descarnada manera como los progenitores hablaron de su recién nacido: la madre le decía al novio que “eso” no cabía por la taza del baño, que necesitaba ayuda para deshacerse de él, y el padre le decía a su dulcinea que él se haría cargo, que nunca más volverían a verlo.

En ninguno de estos casos hablamos de enfermedades mentales o de furias explosivas. Hablamos de abusos y de asesinatos crueles y calculados, productos de la más desalmada indiferencia. ¿Que si estos horrores solo suceden en nuestro país? Por supuesto que no; en Estados Unidos hay toda una industria del entretenimiento en su derredor. Pero solo en México el gobierno se emperra en minimizarlos y negarlos, vendiéndonos en vez quimeras, para justificar dos cosas: la ausencia de políticas públicas eficaces destinadas a resolverlos y el desmantelamiento voraz de guarderías, escuelas, clínicas y otros apoyos sociales para apuntalar proyectos tan faraónicos como inútiles, destinados a alimentar la vanidad del cacicazgo frívolo e insensible que elegimos para que nos gobernara.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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