Las democracias del mundo —México incluido— parecen haber decidido entregarle el poder a una recua de tarados. Australia, Reino Unido o Filipinas vienen a la mente, pero las malhadadas decisiones de Trump son el ejemplo más perfecto de los cavernícolas que nos gobiernan. El presidente gringo se abstiene de leer los reportes de la CIA, el FBI y demás instancias a su servicio, despreciando abiertamente la experiencia, la inteligencia y la erudición a favor de sus arcaicos “instintos” o corazonadas, descontando a los científicos de carrera y rodeándose de palurdos cuyo rasero es la lealtad no a la institución, sino a su persona: Mike Pompeo, el actual canciller, dijo en entrevista que su fe cristiana lo hacía creer que Trump había sido enviado por Dios para salvar a Israel. No ha de haber oído a Netanyahu, el premier israelí —y otro espécimen de cuidado—, retobando que lo del asesinato de Qasem Soleimani, el poderoso jefe del aparato de seguridad islámico iraní, era un asunto gringo, que ellos allí no habían tenido nada que ver. Y no por nada: la operación fue ordenada como por un cobarde matoncito cualquiera, sin tomar en cuenta las consecuencias que el hecho desataría, con una cancillería desmantelada y sin liderazgo y con aliados internacionales resentidos con las patanerías del agente naranja en la Casa Blanca.
Trump miente como respira y ha dicho sin la menor evidencia para respaldarlo que Obama nació en África, que los abanicos eólicos dan cáncer y que los migrantes se dedican al crimen. Antes de que nos burlemos, López Obrador no se queda atrás: AMLO, quien desprecia la cultura y la erudición igual que su símil en Washington, afirmó que México se fundó hace 10 mil años; que el avión presidencial no se puede usar en distancias cortas; que el hombre tiene en América “5 mil o 10 mil millones de años”, y diciéndose estudioso de la historia nombró como esposa de Juárez, en vez de a Margarita Maza, a Carmelita Romero, que en realidad lo fue de Porfirio Díaz.
Lo anterior, por supuesto, es diversión inocua apenas para el anecdotario. Pero las consecuencias concretas de esa misma estulticia espantan la risa: la incompetencia que llevó al desabasto general de gasolinas, lejos de admitirse, fue tapada con el chamuco del huachicol, igual que la falta de medicamentos fue achacada a viejos contratos, aunque haya niños sin sus quimioterapias al día de hoy; la cancelación o aprobación de grandes proyectos de infraestructura se hace con base en ocurrencias, justificándolas en encuestas patito sin importar las consecuencias económicas, medioambientales o sociales, y los nombramientos de sus subalternos se dan, como con Trump, por la lealtad de los funcionarios al presidente y no por su probidad o capacidad.
Lo descorazonador es que esas preocupantes características parecen ser un reflejo de las de sus gobernados: una reciente encuesta de El Financiero, uno de los diarios más fifís del país, pone la aprobación ciudadana de López Obrador en 72 por ciento. Vuélvanme a decir cómo es que no nos los merecemos mientras me voy a cortar las venas con una galleta María.
@robertayque