Trump encontró en los aranceles la macana perfecta para probarse a sí mismo y a sus duritos que él es el gran papasfritas del planeta. El presidente naranja entiende muy poco, pero intenta siempre mostrarse feroz, triunfador e intimidante, aunque en los hechos los mandatarios del mundo se rían a sus espaldas y haya quebrado todos sus negocios, viviendo de especulación y de deudas hasta que el tráfico de influencias que le otorgó la presidencia le permitió respirar. Por algo, en su segunda vuelta al poder, no perdió tiempo en comenzar sus pleitos de callejón no contra los enemigos históricos del país que regentea, no contra aquellos que realmente quieren destruir el modelo libertario, ilustrado y democrático que Washington ha representado desde su independencia, sino contra aliados que más o menos juegan limpio y que no están en posición de hacerle frente.
¿Que si le sacó a México 10 mil elementos de la Guardia para parar el tráfico de fentanilo en la frontera? Quizá, pero esos 10 mil ya estaban allí, más o menos los mismos que Trump obtuvo de López en su primera presidencia para lo mismo y bajo las mismas amenazas. Y, hay que decirlo, a un Trudeau sin vela alguna en ese narcoentierro le dio la misma tregua apenas a cambio de vagas promesas
de cooperación.
Porque la intención última de la presidencia de relumbrón de Trump, pues, no es lograr resultados concretos, sino sacar a pasear su gran garrote y cacarearle sus triunfos de papel a sus bases. A quienes les brillaron los ojitos pensando que el combate al narco venía con todo tengo un Golfo de América barato que puedo venderles, con todo y ese incendiario comunicado donde la Casa Blanca expuso algo nunca mentado oficialmente: “Las organizaciones mexicanas de narcotráfico tienen una alianza intolerable con el gobierno
de México”.
Sí, es cierto que el agente naranja es estrictamente abstemio y que nunca ha visto favorablemente la despenalización o el consumo de drogas. Pero la realidad pura y dura es que, como a todos los autócratas, lo único que le importa a Trump es Trump. Si Claudia —o Maduro, Putin, los talibanes y hasta El Mayo Zambada— le ofrecen concesiones favorables para su cartera o su ego, no hay nada que no esté sobre la mesa, incluyendo, digamos, el continuo usufructo de un tratado comercial de muchos miles de millones de dólares, la repatriación de un Cienfuegos a punto de entrar a juicio o los secretos de Estado que guardaba en el baño de Mar A Lago para presumírselos a sus invitados. El asunto es que tenemos otro mes no para probar que finalmente nos enfrentamos a la corrupción del crimen organizado —fueran a creer—, sino para que nuestro gobierno invente formas de cultivar y de satisfacer, si no los intereses, al menos la frágil y veleidosa vanidad del cacique en la Casa Blanca. De ser Yunes y no Lozoya, pues.
Tampoco hay que escatimarle a la presidenta su logro. Sheinbaum tiene sobre Petro, Frederiksen, Trudeau, Mulino y hasta Xi Jinping la ventaja de décadas de experiencia toreando a un cobarde matoncito rencoroso, megalómano y estulto. Menos mal, porque mínimo faltan 3 años y 11 meses más de este baile.