La última elección

Ciudad de México /

Sí, fue una elección de Estado. Sí, una y otra vez el Presidente usó todo el poder de su puesto para impulsar a su regenta, quien comenzó su campaña desde hace años pasándose la ley electoral por los tanates. Sí, hubo tortuguismo, casillas acogotadas por el crimen organizado, urnas quemadas, voto clientelar comprado con dinero público y un piso muy disparejo. Pero ni todo eso alcanza para borrar la contundencia del sentido del voto, y olvídense de la Presidencia: la oposición perdió desde Yucatán, su bastión y muy cacareado modelo, hasta la capital —al diablo la caída del Metro y los pozos con gasolina— y, en lo que quizá sea el último clavo en el ataúd de nuestra democracia, Morena y sus aliados se llevaron las cámaras. Los flamantes legisladores entran en funciones el primero de septiembre, dándole al presidente saliente un mes para militarizar a la Guardia Nacional, para desaparecer al INE y al INAI y para someter al Poder judicial. Para abrir boca.

Me resulta asombroso y desgarrador ver al país entero volcarse en refrendar un gobierno que le dio ivermectina en la pandemia; que persiguió a opositores y críticos gracias a fiscales a modo; que solapó una corrupción y una opacidad que sonrojarían a López Portillo; que gobernó a través del encono, el insulto, el resentimiento y la división; que se abocó a desmantelar a nuestra democracia; que impulsó obras faraónicas a costa de las más básicas necesidades sociales; que atacó sin misericordia a la prensa libre con su versión contemporánea del plata o plomo; que capituló ante el narco; que le entregó el país a lo peor de nuestras fuerzas armadas y que solo tuvo palabras odiosas para sus víctimas. Pensar en que eso es realmente lo que quiere la mayoría de los mexicanos, en que eso es lo que somos, es como para destrozarle el corazón a tres o cuatro ríos.

Hay quienes aluden a la remota esperanza de que Sheinbaum, más inteligente y menos visceral que su mentor, se sacuda de una u otra manera el yugo del tabasqueño y gobierne con asomos de cordura política o, al menos, con cierta eficacia: que reestructure Pemex, que atraiga y respete las inversiones extranjeras, que se ocupe del sistema de salud, que no actúe como el cobarde matoncito de rancho en la arena internacional y que haga el intento de controlar y paliar los daños del narco. Lo visto desde el Rébsamen hasta la caída del Metro, pasando por la pandemia y los affaires Godoy, no augura mucho, y aunque así fuera de poco serviría si, como todo indica, su presidencia va a continuar emperrándose en regresar décadas nuestro reloj cívico, minando y erosionando sostenidamente a nuestra democracia y a la sociedad civil.

Falta ver si el México libre que conservamos por casi un cuarto de siglo sobrevive otra presidencia de autoritarismo demagógico, de coqueteos con los gorilas del ALBA y de minar sin pausa y sin tregua el Estado de derecho. Pero por eso votó la mayoría de los mexicanos. Eso es lo que quieren. Y, a diferencia de en el 2012, hoy estuvo límpidamente claro por quiénes y por qué estaban sufragando.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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