Hoy hay elecciones en Estados Unidos. A diferencia de algunos compañeros que no aprendieron nada de Massive Caller, no me atrevo a vaticinar quién ganará. Harris parece llevar una leve ventaja, por los nuevos votantes que en números récord han salido a las urnas anticipadamente; porque las encuestadoras y los medios medrosos tienden a hacer correcciones a favor de Trump, y porque las mujeres y otras minorías —uno de sus presentadores llamó basura a los puertorriqueños, y nadie se disculpó por ello— están enfadadísimas con la guerra que el camote enojado, como le dicen algunos por acá al amigo de López Obrador, ha desatado contra de su dignidad, sus libertades y derechos.
A pesar de todo, el veinte sigue en el aire. Y no parece que le haya caído a muchos lo que se le viene al mundo, no sólo a los Estados Unidos, si Trump gana. Como lo fue en México, esta no es una elección entre formas de gobierno, partidos, propuestas económicas o posturas ideológicas, sino entre democracia y autocracia, entre Estado de Derecho y cristofascismo, donde, a diferencia del triste aunque limitado impacto que tiene la caída de la democracia mexicana, hablamos de uno de los países más poderosos, económica y militarmente, de la tierra.
Como no exagerábamos quienes decíamos que votar por los guindas era votar por venezolanizar a México, optar por Trump es empujar un nuevo orden mundial abiertamente oscurantista, misógino y represivo. No hay sino desesperanza al ver que los mismos moralmente superiores que glosaban —y que, a pesar de todas las evidencias, aún glosan— a Morena por ser “de izquierda” hoy se desgañitan diciendo que el agente naranja es un gran hombre de negocios y un defensor de los valores cristianos.
Al margen de los clichés, algunos merecidos, del nacionalismo charro, históricamente Estados Unidos ha servido, hipócritamente o no, con agendas secundarias o no, de adalid de los mejores valores de Occidente, y de contención para los peores impulsos de otros superpoderes. De convertirse Washington en el garrote personal de ese vendedor de coches usados y rencor vivo al norte del Bravo, nadie va a servirle de árbitro a la corrupción de los estándares internacionales en cuanto a, por ejemplo, medicamentos y alimentos —¡Vacunas Patria para todos!—; a la erosión universal de los derechos humanos —las mujeres como las escopetas—; al uso de la fuerza pública a favor de las peores oligarquías —los “juicios marciales televisados” que ha pedido Trump dejan a Gertz Manero en pañales—; a la canibalización de los recursos naturales —¿A cuánto la hectárea de selva amazónica o lacandona?—; al renacimiento del imperio post-soviet —Adiós a la Unión Europea—; a la desaparición de la democracia como opción viable para los países en desarrollo —dos, tres, muchas Cubas, es la consigna— y al retorno de las santas inquisiciones al amparo del Estado, como en Irán o Arabia Saudí —recordemos que el KKK era una agrupación de raíz cristiana—, con la ciencia y la tecnología supeditadas a los intereses personales y pecuniarios de los gorilatos en turno: ivermectina y ruda para el cáncer, y háganle como quieran.
Gulp.