El 5 de julio de 2024 López Obrador le encomendó públicamente a su hijo Gonzalo, Bobby para sus amigos, las obras del Tren Interoceánico, como meses antes le había encargado las del Tren Maya. Despierta sospechas el que el presidente haya nombrado a su hijo, un sociólogo de la UNAM cuya experiencia laboral anterior fuera ser correveidile de un equipo de baseball gringo, como supervisor de proyectos de infraestructura de miles de millones de pesos. Pero como al menos no nos gobierna la derecha él lo justificó así: “Gonzalo no está metido en la cuestión política, ayuda como honorífico en el Interoceánico, pero no cobra, y no va a trabajar en el gobierno”, aseguró López.
Lo asombroso es que el nuevo encargo se diera meses después de que todos escucháramos la célebre conversación de marzo del 2024 entre Amílcar Olán, amigo íntimo y socio de Bobby, y Pedro Salazar Beltrán, primo de López Beltrán, donde se les oye hablar socarronamente de moches, de contratos inflados y de cómo compraban los dictámenes técnicos para certificar el balasto de mala calidad por ellos suministrado al Tren Maya, todo con la anuencia de Gonzalo. Salazar dice: “Al laboratorio hay que pasarle su mochada cada 3000 metros cúbicos, para que autoricen”. Cuando Olán confirma, el primo cierra así: “Ya cuando se descarrile el tren ya va a ser otro pedo”, y ambos sueltan la carcajada. En otro audio, Olán dice: “Me pusieron, ora sí que fue directamente de presidencia, que tenía yo que surtir sí o sí, a como diera lugar, para terminar el tramo de ellos, pero ahorita ya me dieron 500,000 metros cúbicos más y es una locura. La verdad que fue un contrato muy grande, me fue muy bien… en seis meses me metí 250 millones de utilidad”.
Hoy, 13 muertos y casi una centena de heridos después, es imposible pensar en que López Obrador no estuviera enterado de la voraz corrupción de Gonzalo y de su camarilla. Más aún: es difícil creer en que darle en cadena nacional el bastón de mando del Interoceánico al hijazo de su vidaza no hubiera sido una advertencia para el movimiento. Para que sacaran las manos. Para garantizar la impunidad.
Y parece que la señal fue claramente recibida: Claudia Sheinbaum, ya presidenta electa, se negó a pedirle a Raquel Buenrostro, hoy su secretaria Anticorrupción y Buen Gobierno —os lo juro—, pero entonces jefa de Economía de López Obrador, transparentar los contratos de los parques industriales de Coatzacoalcos, Veracruz y Salina Cruz, entre otros, después de que se escuchara a Olán diciendo que se reunirá pronto con ella para definir cuál parte del proyecto le tocaría a él: “Raquel (Buenrostro) es la que manda… es la que va a ver a quién le van a quedar esos 10 parques del Transístmico”.
¿Qué dice hoy la Presidenta de esta tragedia envenenada que, como tantas otras, lleva la firma de su antecesor? Pues, además de rechazar toda investigación independiente, y de minimizar las llamadas a que los enlodados rindan cuentas, se atornilla en su conocido papel de víctima: “Hagamos lo que hagamos, pase lo que pase, el objetivo es denostar”.
Porque lo de hacer justicia y castigar a los responsables, eso es otro pedo.