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Prendiendo Cienfuegos

Ciudad de México /

Ante los cuestionamientos de una reportera, Claudia Sheinbaum dijo que no había por qué objetar la presencia del general Cienfuegos en el templete del 112 aniversario de la Marcha de la Lealtad, ya que éste había sido liberado de su arresto en Estados Unidos en 2019 por falta de pruebas. Pero esa es una mentira tan grande como una catedral.

Es público que cuando soltaron al general lo último que dijeron los fiscales al norte del Bravo fue que se reservaban el derecho de enjuiciarlo más adelante, que lo liberaban por presiones diplomáticas —luego de que AMLO pusiera el grito en el cielo, amenazando con que la detención ponía en riesgo la relación Mex-EU— y que lo entregaban con la condición de que fuera sometido a proceso en México. Pero apenas repatriado el inculpado nuestro presidente no solo desestimó el caso, sino que hasta le dio a Cienfuegos un reconocimiento, acusando a la DEA de buscar venganza y de fabricar evidencias en castigo por una soberanía recuperada luego del entreguismo de Calderón, procediendo a acotar sus visas y permisos en el país. A modo de prueba López hizo público el documento privado que los fiscales le anexaron con detalles del caso. La salvedad que López omitió es que los gringos jamás comparten evidencias que puedan comprometer su seguridad nacional o revelar la identidad de informantes o de coacusados involucrados en otros procesos activos pero secretos, sobre todo cuando hay desconfianza: los gringos investigaron al general por años sin notificarle a sus pares mexicanos, igual como callaron los planes de engañar al Mayo, quizá orquestados por los Chapitos, pero con el beneplácito de Washington. Así, el documento que le entregaron a López estaba diseñado para no revelar o descobijar a nada ni a nadie más que a algunos malandros menores —Daniel Silva y Juan Francisco Patrón, nayaritas al servicio de los remanentes de los Beltrán Leyva—; los mismos perfiles testimoniales, por cierto, que a los pocos meses empinaron a García Luna sin que nadie en Morena levantara la mínima objeción.

Cinco años después, Sheinbaum eligió atornillarse en el gastado guión de su bastoncito de mando. La diferencia es que antes el agente naranja todavía cuidaba ciertas formas, valorando el trabajo sucio que el tabasqueño le hacía con los migrantes. Hoy el gringo encabeza una presidencia rencorosa, avasalladora, agresiva y al margen de la ley. Una que le ha dado al gobierno de la presidenta con A un mes para probar su docilidad y su disposición a mostrar que, por órdenes de Trump, por fin México está combatiendo al narco —lo haga o no, el asunto es que él pueda asegurar que dobló tanto a los capos al sur como a su gobierno cómplice— a cambio de no recetarnos un plato de recesión con salsa de aranceles.

Justo en esa coyuntura Sheinbaum decide placearse con y respaldar a quien a ojos de los gringos es un narcogeneral y, encima, el motivo por el cual su antecesor y mentor se burló de un Trump inusualmente magnánimo, haciéndolo quedar como un perdedor. A ver si no lamentamos la bravuconada en nuestra siguiente evaluación de desempeño.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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