Más allá de las filtraciones selectivas desde las mismísimas mañaneras que, no es ningún misterio, podrían comprometer el debido proceso, de la extradición de Lozoya no ha salido nada sustancial. Hasta hoy el inculpado no ha sido puesto a disposición de juez alguno, ni se han llevado a cabo audiencias, no se ha formalizado jurídicamente la figura de testigo protegido y del súbito y vago malestar que lo mantiene en el hospital no hay noticias. Es como si lo que el gobierno mexicano quisiera fuera enturbiar lo más posible las aguas para que el muy corrupto ex director de Pemex jamás pise la cárcel.
A la fecha solo en México y en Venezuela la operación Lava Jato ha quedado sin consecuencias, con la Fiscalía General de la República —sí, la actual— rehusándose a dar información sobre los avances de esa investigación. Está claro que lo que menos busca la T4 es hacer justicia; lo que sí quiere con ahínco es echar abajo algunas de las reformas alrededor del Pacto por México: si bien la educativa ya fue desmantelada en beneficio del sindicalismo charro en la SNTE y la CNTE, en claro detrimento de la niñez mexicana, la energética sigue viva, a pesar de ser desde su nacimiento uno de los muchos blancos de la ira presidencial. A falta de mejor estrategia, el lozoyazo parece haber sido planeado como bomba de lodo para buscar ponerle punto final, y encima para raspar a quienes osaron oponérsele en la pasada elección.
Lo que no se entiende es por qué. Por un lado, ya ganó y, por el otro, si algo puede medio resucitar a la anquilosada gallina de los huevos de oro negro encarnada en Pemex y la CFE es esa reforma. Pareciera que las ideas fijas del ideario presidencial, atorado en los peores eslóganes de los años 70, no permiten que luz alguna contamine esa mollera: es imposible comprender de otra manera que, con los ingresos de Pemex en caída libre, la infraestructura de la CFE prendida con alfileres, las reservas al borde del colapso y el mundo entero gravitando hacia las energías limpias, no solo más ecológicamente responsables sino cada vez más baratas y eficientes, la T4 busque a toda costa desmantelar los mecanismos que permiten la cosecha de energía eólica y solar, para lo cual México está como bordado a mano, y se incline por el carbón y el diésel, emperrándose en la cancelación de las rondas de subastas y la anulación de los contratos de extracción existentes que han sacado corriendo de México a los inversionistas.
Lo mismo pasó con el NAIM, cuya cancelación se dio por una supuesta corrupción que jamás se investigó ni castigó, sirviendo la cantaleta apenas como una mala justificación para el capricho presidencial. Esa pequeñez y ese rencor ya tiraron a la basura 100 mil millones de nuestros pesos, más lo que le vamos a regalar al Ejército, sin supervisión alguna, en un Santa Lucía de dudosa operación. Es como si la intención, pues, fuera salar la tierra para que en México nada pueda crecer, para que no quede piedra sobre piedra que no haya puesto él mismo, a cualquier costo. “Que se hunda Pemex” si no lo rescata él.
Y apenas es el primer año.
@robertayque