Un tranvía llamado desastre

Ciudad de México /

Lo primero y lo más urgente que hizo López Obrador después del accidente entre las estaciones Potrero y La Raza de la Línea 3 del metro de la Ciudad de México fue solidarizarse con la víctima más golpeada, con la más damnificada: Claudia Sheinbaum. Porque del centenar de heridos que fueron malatendidos o de plano mandados a curarse a su casa, del conductor y las tres personas que tardaron horas en ser rescatadas de entre los fierros retorcidos, de la decena que acabó en cuidados intensivos y de Yaretzi Hernández, la chica muerta, el presidente, sus funcionarios y los gobernadores de su partido se han ocupado muy poco. 

A la que arroparon con todo, colmándole los insultos de siempre a quienes con sobrada razón le reclaman que tenga a la muy noble y leal capital hecha un muladar plagado de trampas mortales —las coladeras abiertas aquí, allá y acullá, las colonias donde las luminarias tienen años sin focos, los ambulantes, halcones y franeleros con fuero y los baches con algo de asfalto circundante que pasan por calles, por citar sólo algunos ejemplos—, es a la jefa de gobierno y corcholata consentida, quien llegó tarde al sitio porque se encontraba en Michoacán, haciendo campaña, fuera de la ciudad que se supone gobierna y de donde se ausenta religiosamente un par de veces a la semana desde hace meses para promocionar sus logros, entre los cuales está, os lo juro, su brillante transporte público. Eso sí, la jefa de gobierno de inmediato prometió llevar a cabo una investigación exhaustiva, mejorar el servicio y ocuparse cabalmente de los damnificados, exactamente lo mismo que dijo luego del choque en la estación Tacubaya de la Línea 1, cuando hubo un muerto y una cuarentena de heridos. También cuando se quemó el centro de control de la calle Delicias, paralizando el sistema entero, intoxicando a 29 trabajadores y dejando una mujer policía muerta, y cuando la brutal caída de la Línea 12, con sus 26 muertos y cientos de heridos. En todos los anteriores casos los ciudadanos de a pie fueron abandonados a su suerte, y los funcionarios y contratistas culpables resultaron ser unos pernos asesinos y una burócrata exonerada porque, qué creen, ella nomás era la directora y no hay que ser. 

A estas alturas resulta evidente que, a imagen y semejanza de su mentor, la jefa de gobierno capitalino se ha dedicado en cuerpo y alma a torcer la realidad con el fin de promocionarse y de engrandecer su imagen, en gran parte ni siquiera de cara a los ciudadanos sino para el beneplácito exclusivo del gran ungidor en la presidencia, el único a quien se debe y a quien realmente sirve. Porque gobernar, lo que se dice gobernar, es decir, diseñar e implementar políticas públicas que mejoren la vida de sus ciudadanos, llamar a cuentas a sus funcionarios y asegurarse del buen rumbo administrativo de la ciudad, eso no le deja nada y en un descuido hasta le estorba, como cuando intentó promover el uso del cubrebocas a contrapelo de los detentes del presidente. 

Así es el México de la T4, donde, fuera de López Obrador, todos los demás estamos de más. 

Roberta Garza

@robertayque


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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