Voto útil 2.0

Ciudad de México /

En el año 2000 el candidato Vicente Fox era irreverente y atípico. Su propio partido, el PAN, lo veía con recelo y, además de enfrentarse a la maquinaria del Estado, una que por décadas había cultivado el voto clientelar y que aún controlaba abierta o encubiertamente a la mayor parte de las instituciones mexicanas, debía dividirse el voto de la oposición con Cuauhtémoc Cárdenas, el eterno representante de la izquierda al cual el fraude patriótico, que entonces manejaba Manuel Bartlett, ya le había pasado encima en la elección de 1988.

Para sorpresa de muchos ganó Fox, y no por poco: se hizo del 43.43 por ciento de los votos contra el 36.89 por ciento del priista Francisco Labastida. Buena parte de esta contundencia —misma que decidió al presidente Ernesto Zedillo, contra los deseos del ínclito Bartlett, a admitir el resultado y entregar el poder en paz— se debió al voto útil, término acuñado y empujado en buena medida por Jorge Castañeda, quien pidió a la oposición de chile, dulce y manteca unirse, independientemente de sus filias y fobias y a pesar del rechazo de Cárdenas a declinar, para votar a favor del candidato en segundo lugar después del oficial, o sea, el que tuviera la mayor oportunidad de vencer a la dictadura.

La razón era clara: las diferencias ideológicas y políticas debían pasar a segundo plano ante la necesidad de sacar de la presidencia a la aplanadora que por décadas se dedicó a suprimir todo asomo democrático en México. Al final, esas diferencias resultaban irrelevantes de no tener sus proponentes una vía real y efectiva para llegar al poder, y eso jamás sucedería bajo el yugo del PRI. Había que botar a los dictadores, establecer un gobierno democrático —cualquier gobierno, mientras fuera democrático— y ya de allí darse hasta con la cubeta para que los ciudadanos decidieran a qué yunta querían unirse cada seis años.

A cuatro sexenios de distancia los mexicanos estamos hoy ante una disyuntiva similar. López Obrador ha sido implacable en su esfuerzo por aniquilar todo contrapeso institucional, toda oposición, toda organización ciudadana y toda voz crítica para gobernar con las fiscalías y la fuerza pública por delante, como arietes personalísimos. No ha podido aún deshacerse del INE, ni someter al poder Judicial, ni eliminar del todo a la prensa crítica, pero los ha acotado sustancialmente. Tampoco pudo extender su mandato ni reelegirse, pero la candidata a sucederlo fue seleccionada únicamente en función de su absoluta sumisión ante él; de ganar, López quizá deje el Palacio, pero no va a dejar el poder. Y, a diferencia de Zedillo, mucho menos lo va a entregar pacíficamente si lo pierde en las urnas.

Lo que México se juega en dos semanas, entonces, no es entre dos candidatas o dos partidos, ni entre izquierdas y derechas. Ni siquiera es entre un país con la posibilidad de un futuro próspero y moderno y la ivermectina con apagones. Es entre una democracia imperfecta y la regresión lenta pero segura a una dictadura mezquina e inepta, donde los ciudadanos tendremos cada vez menos voz y voto. Ojalá lo entendamos antes de que sea demasiado tarde.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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