¿Y ahora?

Ciudad de México /

Si algo ha quedado claro es que hay dos países que se llaman México que, en desafío al principio de la impenetrabilidad, parecen ocupar el mismo lugar al mismo tiempo. Quizá, como dice la canción, sean muchos más que dos, lo indiscutible es que una mayoría contundente decidió que siguiera, en los hechos, la corrupción generalizada e impune, la militarización imparable, la capitulación ante el crimen, la opacidad, la mentira, la disfunción gubernamental, la crueldad enconosa, el deterioro institucional, la autocracia y la destrucción del Estado de Derecho.

Sin duda parte de ese México sufraga empujado por una precariedad que le hace preferir mil o dos mil pesos mensuales, constantes y sonantes, a la incierta apuesta por quienes prometen lo que tras décadas de engaños y decepciones suena como un imposible: una economía próspera y sistemas de salud y de educación funcionales y dignos. Es difícil culparlos, aunque se estén condenando, y a buena parte del país con ellos, a la miseria longeva y cruel que suele acompañar al populismo demagógico hoy en el poder.

Hay que anotar, contra lo que afirman los avatares del pobrismo chantajista, que esos olvidados no son los únicos responsables de lo que se nos viene. Votaron igual no pocos compatriotas moralmente superiores, con techo sobre sus cabezas y comida en sus platos, eligiendo cegarse ante el colapso presente y las claras alarmas futuras, unas que ya comenzaron a fundirse en la intentona de Morena de arrebatar tanto el Legislativo capitalino como el estado de Jalisco, al diablo la voluntad ciudadana. Se justificaron regodeándose en una izquierda que solo ellos ven, diciéndose a favor de los pobres, o contra los ricos, o en rechazo a la onerosa, cínica e inútil clase política que históricamente ha depredado a México, como si el nuevo partido de Estado no fuera su representación más fiel.

Luego están quienes llegaron en sus aviones privados a besar el anillo mientras deglutían sonrientes sus tamales de chipilín. De esos mejor ni hablemos.

El asunto ahora es qué puede hacer el otro México. Qué podemos hacer el resto de nosotros, los que amanecimos involuntariamente ayuntados al nuevo Frankenstein político hecho carne el 2 de junio, uno que quizá pronto no reconozcan ni quienes lo parieron. Esa minoría tampoco es un bloque único: están los que rechazan el oscuro pasado echeverrista al que nos lleva López Obrador; los indignados por la capitulación ante el crimen organizado; las víctimas de una u otra forma de agresión, ineptitud u omisión desde el poder; los clasistas, racistas, mochos y timoratos —que por supuesto que existen, aunque nunca como en el delirante espejo donde los coloca el Presidente—, y los que ven aterrados la resurrección recargada de la dictadura.

La pregunta que pesa como plomo sobre casi 40 por ciento de quienes no votamos por la dupla López-Sheinbaum es ¿cómo se emperra uno en luchar por la libertad, la democracia y la prosperidad de México cuando nuestros compatriotas han optado decidida y más o menos voluntariamente por todo lo contrario?

Al día de hoy, no encuentro la respuesta.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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