Creencias y resultados

Ciudad de México /

En materia de creencias religiosas, como de convicciones políticas, no siempre el apego a ellas tiene que ver con el cumplimiento de resultados, sino con la explicación que se da de los mismos, generalmente a posteriori. De otra manera, uno no podría explicarse por qué la Virgen de Guadalupe sigue siendo tan venerada, a casi quinientos años de las apariciones que, según la tradición, se dieron en el cerro del Tepeyac. Quiero decir con esto que, si estas tuvieron por objeto el anuncio de la protección de los indígenas (y luego de todos los mexicanos) por parte de la madre de Dios, si a resultados materiales nos atenemos, ya su culto habría desaparecido. Pero las cosas no son tan simples, porque “el resultado” se mide de muchas maneras y los creyentes casi nunca tienen una exigencia de los mismos. Si la Virgen no quiso atender sus ruegos, por algo será, pero ciertamente no es su culpa. Pongo otro ejemplo, para aclarar mi punto. Si una persona tiene a un pariente moribundo y ora por la recuperación de su salud, hay dos posibles resultados: o bien el enfermo se cura y el resultado exitoso se atribuye a la divinidad o al intercesor (la Virgen o un santo), o bien el paciente muere (lo cual no era el resultado esperado), pero entonces la persona que oró infructuosamente, tiene que encontrar una explicación del fatídico resultado; aunque se sabe que estos son definitivamente los designios divinos, hay que encontrarles un sentido. Esa es la parte más difícil de cualquier creencia religiosa: dar una explicación que tenga algún sentido de la cruel y atroz muerte, por ejemplo, de niños inocentes. Y, sin embargo, un verdadero creyente siempre encuentra una explicación más o menos satisfactoria al resultado más negativo. Entre otras cuestiones, esa es la razón por la que, en las teologías, el mal siempre acompaña al bien.

Si trasladamos esta lógica al campo de las convicciones políticas, quizás podamos entender lo que está pasando en México. El arraigo de ciertas lealtades no tiene que ver, estrictamente, con los resultados de una determinada administración, sino con las explicaciones que se puedan ofrecer (incluso del fracaso) de las mismas. Los resultados no tienen que manifestarse en bienes presentes, sino que pueden traducirse en promesas de bienes futuros. Y las promesas no tienen por qué cumplirse de inmediato. Lo importante es que el creyente (religioso o político) crea que llegarán. Que esté convencido de ello, aunque no exista prueba material o signo evidente de que así va a suceder. Y si en efecto el tiempo pasa y la promesa no es cumplida, siempre existe el mecanismo para asignar la responsabilidad de lo sucedido al mal; ese que no deja al bien actuar como este quisiera. El otro mecanismo es el de la esperanza, la cual siempre es renovable, al igual que las promesas de campaña. Y para un verdadero creyente político, esas promesas son el alimento de la esperanza que se debe renovar regularmente. Y así como unos aspiran al reino de los cielos y la vida eterna, otros esperan que algún día, las promesas de una vida mejor, sin inseguridad ni desigualdad, sin pobreza ni injusticia, se harán finalmente realidad.

Roberto Blancarte

roberto.blancarte@milenio.com



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