Un aeropuerto, en principio, debe servir para que la gente pueda volar al destino de su elección o a aquellos disponibles. Pero el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) se ha convertido en mucho más que eso; es, o bien la prueba de la eficacia e incorruptibilidad del gobierno de López Obrador o, por el contrario, el monumento al despilfarro y la incompetencia de una administración que se maneja a capricho de una persona.
No es fácil valorar uno u otro juicio, pues el ambiente está cargado de mucha ideología y poca objetividad. Pero si uno intenta hacer una mínima evaluación, hay que partir de dos hechos indisociables: el aeropuerto de Texcoco (Naicm), que pretendía ser un hub internacional, núcleo alrededor del cual irradiaría una enorme red de vuelos a toda la región circundante, no está y en su lugar (o más bien, en otro lugar) hay un pequeño aeropuerto que aspira a ser grande en el futuro. Como todo en la 4T, es más un deseo y una esperanza, que una realidad. Pero, por lo pronto, esto es lo que hay: un aeropuerto de difícil acceso, el cual, según las propias cuentas oficiales, resultó al final de cuentas más caro que el cancelado, si tomamos en cuenta lo que se tuvo que pagar por cerrar el de Texcoco, más lo que costó el nuevo. Tendrá que servir para distancias más bien largas, porque si uno tarda dos horas en trasladarse al aeropuerto y tiene que llegar otras dos antes del vuelo nacional, para ir a Guadalajara, mejor se va uno en autobús.
De todas maneras, no se puede negar que el AIFA es un logro para López Obrador: se hizo en tiempo récord y funciona. Visto positivamente, se convierte en una opción más para volar desde y hacia la Ciudad de México. Es como el triunfo del voluntarismo presidencial, haya costado lo que haya costado. En ese sentido, es probablemente el primer producto visible de esta administración. Si es exitoso o no, se tendrá que ver en los próximos meses o años. El problema, desde mi punto de vista, es que no se trata nada más de número de vuelos, o de su comodidad. Quiero decir con esto que este logro, aunque sea manejado bien mediáticamente, no alcanza a eliminar el mayor costo de origen que significó la cancelación del Naicm. Incluso si funciona bien como aeropuerto, no va a alcanzar para recuperar la confianza de los inversionistas, quienes vieron en la forma y fondo de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, una señal de arbitrariedad y autoritarismo que genera lo peor para quien está pensando en dónde poner su dinero: incertidumbre. Cuando no hay reglas claras o éstas no se respetan porque prevalece el capricho de la autoridad, solo arriesgan los que son cercanos a esa autoridad. Pero los demás, mejor se guardan su dinero. Así que el “éxito” del AIFA, incluso si llega a crecer, no podrá nunca restañar el grave error (probablemente el mayor de esta administración) de haber cancelado el de Texcoco. Por lo pronto, en el mejor de los casos, de este gobierno se podrá decir lo que alguna vez señaló el Time de Miguel de la Madrid. Terminaba uno de sus artículos diciendo algo así como: “él dice que está haciendo lo mejor que puede. Y ese es el problema”.
Roberto Blancarte
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