Este fin de semana me enteré que todos estos años, como treinta, que he estado escribiendo (primero en La Jornada y luego en MILENIO), no he sido más que un vulgar golpista y traidor a la patria. Porque ciertamente lo que he hecho es, en muchas ocasiones, criticar al gobierno en turno. Nadie me lo había dicho hasta ahora. Ni cuando critiqué al gobierno de Salinas de Gortari, ni cuando lo hice con los que le siguieron, de cualquier partido o nivel de autoridad. Y nunca, que yo recuerde, un gobierno y sus fieles seguidores se habían sentido tan indignados por el hecho de que algunos de nosotros hubiéramos osado tocar a la figura presidencial. Creo recordar incluso haber sido elogiado por algunos de estos fieles por criticar con toda dureza las tonterías de Vicente Fox, las pifias y errores de Felipe Calderón o la corrupción en el gobierno de Peña Nieto. Pero ahora resulta que señalar las incongruencias del actual gobierno, la falta de transparencia, la evidente crisis económica por la que atravesamos, pero sobre todo el derrumbe de una supuesta superioridad moral de la autonombrada y mal llamada 4T se ha vuelto equivalente a golpismo y traición a la patria. Poco importa que a muchos de estos ahora grandes defensores de la transformación y la pureza de su gobierno los conocí cuando eran priístas de hueso colorado y defendían todas las tropelías posibles, desde las muy cuestionables elecciones de 1988 hasta las rapacerías de los Duarte en el sexenio pasado. Están enojados porque algunos de los periodistas más capaces de esta nación se atrevieron a hacer un símil (inevitable) entre el escándalo de la llamada “casa blanca” y la que ahora se denomina “casa gris” y porque algunos otros nos hemos atrevido a señalar cómo eso le pegaba en la línea de flotación al actual gobierno, ineficiente, pero moralista. Dicen algunos que no hay pruebas de nada, que todo es circunstancial. Pero si no mal recuerdo, tampoco el escándalo de la “casa blanca” requirió de pruebas contundentes. El conflicto de intereses era obvio, aunque la esposa del presidente en turno haya salido a justificar la compra. Llama más bien la atención en defender lo indefendible, porque en el fondo no tienen argumentos para justificar la incongruencia. López Obrador ha criticado a todos aquellos que estudiaron en el extranjero, a los que se esforzaron en hacer estudios de posgrado, a los “aspiracionistas”, es decir, a los que se quieren superar, al mismo tiempo que sabía (porque según palabras de él mismo, el presidente está enterado de todo) que su hijo mayor vivía en Estados Unidos, en una casa con toda clase de lujos y (suponiendo sin conceder) pagando una renta equivalente a lo que el propio presidente gana. Es decir, haciendo exactamente lo contrario de lo que el propio López Obrador predicaba a sus seguidores y al pueblo. El conflicto de interés es lo de menos. Lo que esto muestra es la doble moral, el doble rasero, la incongruencia e hipocresía de un gobierno que, eso sí, a falta de argumentos, nos acusa de todo, incluso de ser golpistas y traidores a la patria. Y han escrito así una de las más ignominiosas páginas de nuestra historia política.
Roberto Blancarte
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