La indiferencia

Ciudad de México /

¿Cuántos muertos estamos dispuestos a tener, como sociedad? ¿Nos interesan los otros? ¿O consideramos que muchos de nuestros conciudadanos son desechables? ¿Por qué permitimos que haya tantas muertes? ¿Hemos asumido acaso que la violencia sin control es parte de nuestra sociedad y el costo que debemos pagar cotidianamente? ¿Por qué no intervenimos más? ¿Por qué nuestros servidores públicos no sienten una presión social que los lleve a reaccionar frente a esta hecatombe? ¿Hasta cuándo se convertirá en una prioridad, no solo para el gobierno, sino sobre todo para nosotros?

Émile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología, en su clásico libro sobre el suicidio, mostró magistralmente que ese fenómeno no se podía explicar por razones personales (aunque las hubiera), sino que debía entenderse como un fenómeno social. En otras palabras, explicó que cada sociedad de alguna manera establecía las condiciones, las circunstancias y los límites de un acto, aparentemente individual, el más individual que pueda existir, al tomar alguien la decisión de quitarse o entregar su vida.

Me pregunto si algo así nos está pasando en México: estamos permitiendo que mueran muchos jóvenes en las guerras del narco o del crimen organizado, porque quizás los consideramos desechables; estamos permitiendo que mueran cientos o miles de personas cada día, a causa del coronavirus, porque asumimos que es una cuota de prescindibles, tratándose mayoritariamente de viejos, pobres o enfermos sin recursos. Sabemos que ocasionalmente hay muertos que no deberían estar allí, porque les tocó el fuego cruzado, o los cárteles los confundieron con enemigos, o porque a pesar de ser jóvenes y sanos, “les tocó morir” por la epidemia. Pero ya naturalizamos a una enorme cantidad de muertos y nos hemos convertido en un país donde impera la violencia y el abandono. Peor aún, hemos naturalizado la indiferencia.

Nuestros gobiernos no lo han hecho bien, pero no son distintos a nosotros. De hecho, son un reflejo de lo que somos. Desde los que impulsaron una guerra casi santa, contra el narcotráfico, hasta los que se preocupan más por las próximas elecciones que por los muertos de la pandemia.

Ciertamente, podemos y debemos señalar al Presidente López Obrador por su enorme indiferencia ante los muertos y enfermos de la pandemia, por su testarudez casi criminal al resistirse a usar cubrebocas (salvo cuando viaja a Estados Unidos). Pero en el fondo, su actitud no es más que un reflejo de la falta de educación, de solidaridad y, sobre todo, de responsabilidad social de muchos sectores de la población mexicana.

Repasemos el ejemplo de servilismo y desinterés que han mostrado muchos miembros del gabinete, muchas autoridades, muchos políticos que siguen celebrando fiestas, muchos líderes religiosos que están más preocupados por reabrir sus templos que por cuidar a la población, muchos jóvenes que no tienen la menor idea de lo que es cuidar al otro.

Esa es, desafortunadamente, nuestra sociedad. Una que permite que muchos mueran por hambre, por enfermedades curables, por violencia prevenible. Eso es lo que somos: una sociedad insensible e indiferente.

roberto.blancarte@milenio.com

  • Roberto Blancarte
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