Una de las cosas que más me ha llamado la atención en días recientes, a raíz de la invasión rusa de Ucrania, es la tendencia entre muchas personas a ver las cosas como dos opciones únicas: 0 y 1, blanco y negro, amigo y enemigo. Estar en contra del imperialismo yanqui es apoyar a Cuba o a Rusia, ahora a Venezuela o a Nicaragua. No hay nada en medio, no hay matices, no hay otras opciones, no hay capacidad crítica. Todo se perdona, se acepta, a partir de esta visión binaria.
No importa lo que los gobiernos de estos países estén haciendo; son lo contrario de Estados Unidos y con eso basta. No importa que el gobierno cubano esté encarcelando a los jóvenes que se atreven a protestar. Todo es culpa del embargo del Imperio, supondrán. No importa que Daniel Ortega se haya eternizado en el poder y encarcelado a todos los posibles contendientes por la presidencia de Nicaragua. Las personas con mentalidad binaria no dudan en apoyar a regímenes caducos que solo se sostienen por las armas y la represión. Lo mismo sucede con la invasión rusa a Ucrania. No pueden salir de su mundo en blanco y negro. Prefieren alinearse con la teoría de la amenaza y presión de la OTAN, que observar el incremento del autoritarismo de Putin, el envenenamiento de sus opositores o el encarcelamiento de quienes se atreven a hacerle frente. Para esta gente, criticar a Putin es darle la razón al gobierno de Estados Unidos. Y como su mente es binaria, tienen que alinear a Europa en esos terribles planes de la potencia norteamericana.
Los ucranianos hacen mal, según esta perspectiva, en pretender una sociedad libre y un gobierno democrático, fuera de las esferas de influencia de la posguerra del siglo XX. En esa lógica, el mundo debería entender que la pobre Rusia, a pesar de su enorme territorio y de su gigantesco armamento nuclear, se tiene que defender de los ucranianos, que pretendieron ser independientes. Y estas mentes binarias son, desafortunadamente, la cosa más común del mundo. Por eso los populismos se han arraigado tan fácilmente. No hay cosa más simple que designar a un enemigo y convertirlo en el mal que hay que desterrar: o estás conmigo o estás contra mí.
La capacidad de muchos políticos para reducir la realidad a una caricatura es enorme. Y la de muchos pueblos para creerla es atemorizante. La humanidad ha perdido su capacidad crítica, si alguna vez la tuvo. Parecería que lo que nos queda es el retorno al mundo de la Guerra Fría y de los bloques y áreas de influencia. O sea, el mundo dividido en dos. Pero la lógica maniquea tiene sus complicaciones. Los que se niegan a condenar la invasión rusa a Ucrania hoy, mañana no podrán condenar la de Estados Unidos a Cuba, a Nicaragua o a Venezuela, aunque en su mundo unos sean los buenos y otros los malos. Aceptar la invasión rusa a Ucrania hoy es aceptar la lógica de un mundo sin opciones y sin libertad para pensar y para escoger. Es aceptar la lógica autoritaria de un mundo fijo e inamovible. Por eso, la agresión de Rusia a Ucrania nos importa; porque nos remite a esa realidad binaria, tan simplista como peligrosa y que solo se combate con el ejercicio cotidiano de nuestra capacidad crítica.
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