Con un PRI desprestigiado y, por tanto, debilitado, las apuestas a favor del PAN o de López Obrador (más que Morena misma) se han incrementado. Pero en todo esto el PRD, aunque relativamente golpeado, podría convertirse en el fiel de la balanza de las próximas elecciones presidenciales y en ese sentido en un partido con mayor poder real que el que hasta ahora se le atribuye. Me parece que se equivocan entonces los que asumen su paulatino deterioro o hasta su eventual desaparición.
El PRD, como todos los partidos (recordemos por ejemplo la fractura del PRI en 1988), ha sufrido divisiones. Algunas más costosas que otras. La más importante es la que generó y encabezó López Obrador con la creación de Morena. Pero, contrariamente a lo que algunos esperaban, el PRD mantuvo dentro de sus filas a grupos importantes (como los bejaranistas), que por diversas razones decidieron quedarse en el partido del sol azteca. Al mismo tiempo, las corrientes se han seguido generando y cada una de ellas ha impulsado su particular y válida visión sobre el rumbo que el partido debe de tomar; algunos pugnan por un acercamiento con López Obrador (en vistas de sus probabilidades de ganar la Presidencia de la República) y otros proponen una política de izquierda moderada, respetuosa de las instituciones democráticas y de las nuevas libertades que demanda un país diverso. Entienden estos últimos que apoyar al político tabasqueño puede significar el fin de la izquierda y el surgimiento de un gobierno populista, personalista, sin control y, sobre todo, sin mayor ideología.
Las opciones del PRD en el futuro no son muy cómodas. La de aliarse con el PAN ha tenido como resultado positivo el poder derrotar al PRI en algunos de sus bastiones tradicionales, pero el costo ha sido en no pocos casos tener que desempeñar un papel completamente secundario en el ejercicio de gobierno. Otra opción, que es la de aliarse con Morena, no garantiza en absoluto que el PRD no será desdeñado y eventualmente fagocitado, con todo lo que eso implica en términos de posicionamientos ideológicos. La tercera, sería la de fortalecerse allí donde todavía puede ser mayoritaria (con o sin alianzas, pero no subordinadas, como en Michoacán, Morelos o el Estado de México) y proponer un programa específico de cambio. De esa manera, la clave, ahora o en el 2018, debe ser ese programa, no las personas. No es entonces el PRD un partido que tiene que estar esperando el guiño de los políticos (llámese Mancera, López Obrador, Anaya o Zavala), sino el que debe proponer dicho programa a quien desee contar con su decisivo peso político.
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