Un mundo raro

Ciudad de México /

Después de este agotador ejercicio alrededor de la revocación de mandato, me quedo con una sensación de extrañeza, como aquella que produce un cuadro de Magritte. Visto con ganas de ser objetivo, todo es bastante surreal. Gastaron (con nuestro dinero) miles de millones de pesos, entre lo que tuvo que erogar el INE y la propaganda que ilegalmente se hizo para promover el ejercicio plebiscitario, con el objeto de ratificar algo que no era necesario ratificar. Una revocación que tendría que haber sido solicitada por la ciudadanía y que, por el contrario, fue impulsada por el posible revocado. Surreal. En un país como el nuestro, con tantas necesidades y con un gobierno que presume de austeridad, el despilfarro es también, surreal. Aún más, cuando, terminado el aparatoso despliegue de energías gubernamentales, digno de otros esfuerzos, el Presidente anuncia que impulsará una reforma electoral ¡para gastar menos!  

Desde la Presidencia de la República, los gobiernos estatales y el partido en el poder, todo se justifica con la frase “el pueblo pone y el pueblo quita”. Pero yo me quedo con la impresión de que “el pueblo” no actuó por iniciativa propia; que fueron los miembros de esta nueva élite en el poder los que hicieron todo para que “el pueblo” ratificara a su gobernante. Porque en la realidad, nunca hubo la probabilidad de que “el pueblo” decidiera quitar al presidente. Si hubiera habido la mínima sospecha de esa probabilidad, dudo mucho que el propio presidente y su partido se hubieran movilizado y hubieran puesto tantas energías en que la gente saliera a votar. O sea, todo sigue siendo surreal.

Otra justificación posible es que el ejercicio se promovió desde arriba, para enseñarle a la gente que ya goza de ese derecho muy democrático. Pero, como es bien sabido, las votaciones que rondan el 90 por ciento de aprobación, suelen acontecer más bien en dictaduras. Las mejores demostraciones de democracia no son cuando alguien gana 90 contra 10, sino cuando se ganan 51 contra 49. Es como con la elección por aclamación, que hasta la Santa Sede derogó hace pocos años. También es surreal (aunque explicable) ver a mucha gente de clase media baja, que es la más golpeada por la actual situación del país (crecimiento cero, servicios de salud desastrosos, inseguridad rampante, inflación que se come el sueldo de cualquiera), apoyar fervorosamente al presidente. Algunos de ellos pensarán que el apoyo gubernamental que reciben es una dádiva que otorga el funcionario en turno o que puede desaparecer si el presidente no es ratificado.

Otros siguen siendo creyentes en la redención final de este gobierno. Pero lo más surrealista de todo, para mi gusto, es que, pese a todo este enorme sinsentido, más de quince millones de mexicanos (de alrededor de 94 millones de posibles electores) se tomaron la molestia de ir a votar para ratificar que no quieren revocar (¡¡¡) el mandato presidencial. Son pocos respecto al total del padrón electoral, pero muchos para tan innecesario ejercicio. Ya sé que para todo esto hay explicaciones científicas. Pero a mí no me deja de causar una sensación de vivir en un mundo raro, como diría el gran José Alfredo.

roberto.blancarte@milenio.com

  • Roberto Blancarte
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