AMLO llegó a la presidencia como una consecuencia de la galopante corrupción e impunidad sucedida durante el mandato de Peña Nieto.
La campaña de Morena se sustentó en señalarla y en prometer su combate frontal; pero pronto aquello que parecía oro dejó ver el cobre y las verdaderas intenciones que han ido saliendo a flote teñidas fuertemente a populismo que ya deriva en autocracia con visos de dictadura.
Los compromisos tenían como entrada tres promesas, no mentir, no robar y no traicionar, las cuales se han vuelto la bandera y la concreción exactamente de lo contrario, pues a diario se traiciona, se miente y obviamente se roba.
La traición mayor se comete al insistir el presidente en no cumplir la Constitución la cual protestó respetar y defender luego de colocarse la banda presidencial, se descaró cunado se reclamaron algunas acciones a los cual respondió “no me vengan con que la ley es la ley”.
No mentir es su promesa a diario violentada cada que defiende sus acciones con su clásica frase “yo tengo otros datos” y de los cuales no se conocen jamás sobre todo cuando no pueden argumentar contra los datos de la realidad a la vista de todos que para él esos todos tienen ojos de conservadores y neoliberales.
Enemigo de todo lo que sea o se parezca a contrapeso y autonomía que puedan defenderse de sus ideas y actos de gobierno mal planeados, mal ejecutados y con pésimos resultados y altos costos guardados en secreto.
Las leyes más incumplidas son las que ordena cómo adquirir bienes, cómo entregar la ejecución de obras y como gastar el dinero público, defiende a capa y espada decidir a discreción y desde luego no transparentar el ejercicio del presupuesto.
Borracho de poder que le potencia su incapacidad ordena a sus esbirros diputados aprobar sus locuras aun violando procesos y leyes, y combate a las instituciones que le pueden pedir cuentas y obligarlo a cumplir la Constitución y todo esto por qué, simplemente porque transparentar esos actos sería igual que hacer público el sistema de corrupción e impunidad que impera en su gobierno.
Su discurso se escuda en el argumento que sus enemigos quieren impedir la transformación y lo maravilloso de sus obras, y que solo las defiende; pero si hubiera actuado con rectitud desde un principio, no habría que perseguir y estaría cumpliendo su promesa de no robar.