No es tan difícil adivinar lo que Luis González de Alba pensaría del desastre en que se hunde México. No pocas veces repetimos la frase: ¡Cuánta falta hace!
Nació el lunes 6 de marzo de 1944 en un pueblo llamado Charcas, al norte del estado de San Luis Potosí, en el seno de una familia tapatía. Luis González de Alba siempre se sintió de Guadalajara y a esta ciudad regresó después de una larga estancia en la Ciudad de México, donde hizo sus estudios universitarios y en la que sería uno de los líderes del movimiento estudiantil de 1968. “La extrañaba”, me respondió cuando le pregunté por qué había vuelto. En esa charla me dijo que había decidido traducir el poema de su entrañable Kavafis, “La ciudad”, después de varios intentos fallidos, pues se soltaba llorando apenas empezaba a leerlo. Publicó su versión en Nexos en septiembre de 2013. Éstas son las últimas líneas de un poema que le resultaba doloroso: “Siempre a esta ciudad has de llegar. Para otras —ni lo esperes— / no hay barco para ti, no hay camino. / Así como tu vida has destruido aquí / en este pequeño rincón, en toda la tierra la arruinaste”.
En la madrugada del 2 de octubre de 2016 un Luis lloroso y abatido se dio un tiro en el corazón —a un lado estaba el retrato del hombre que más amó en la vida. Sobre la lámpara del buró dejó una camiseta blanca que tenía una inscripción en caracteres griegos: “No espero nada, no temo nada, soy libre”. Es una frase que el escritor Nikos Kazantzakis —autor de La última tentación de Cristo— eligió como epitafio en su tumba al pie de la muralla de la ciudad cretense de Heraklion —la Iglesia ortodoxa no permitió que se le sepultara en el cementerio— y que Luis escogió también para despedirse. Para el libro que editó Alberto García Ruvalcaba y que tuve el honor de coordinar escogimos el mejor de los títulos: Luis González de Alba. Un hombre libre (Tedium Vitae, 2018).
No es tan difícil adivinar lo que Luis pensaría del desastre en que se hunde México. A menudo sus amigos lo recordamos y no pocas veces repetimos la frase: ¡Cuánta falta hace! Y sí, Luis se distinguía por su estilo claridoso, lúcido y feroz, sin concesiones ni ambigüedades —hay cientos de artículos y ensayos suyos en internet que lo demuestran, además de libros como AMLO. La construcción de un liderazgo fascinante (Cal y Arena, 2007) y muchos más.
David Gómez Álvarez no duda de que Luis se iría de México. Es posible... Quizá a su añorada isla de Poros, en el mar Egeo, como nos hizo creer poco antes de su partida. Alberto le diría: “Mira, vencen los bárbaros...”. René González le haría la pregunta de Lenin: ¿Qué hacer? “Encuerar al Peje”, se responde él mismo, “pero sobre todo, encuerar a sus seguidores. Apelando a la razón pero sobre todo a la emoción. Desnudar la supina estulticia de las recetas que proponen y defienden... con esa desarmante sencillez a la que a veces Luis apelaba”.
Creo que Luis, juicioso como era, no tendría empacho en reconocer, como escribió Fernando García Ramírez en Facebook a propósito de una discusión al pie de una fotografía que muestra el Palacio Nacional amurallado contra la manifestación feminista del próximo lunes, que “No solo fallaron los intelectuales. Fallaron en general las élites. Económicas, intelectuales, religiosas, académicas. No supimos componer lo que estaba descompuesto. No hicimos una adecuada pedagogía de la democracia. No hicimos nada cuando veíamos que las encuestas decían que la gente ya no confiaba en la democracia. No hicimos nada por combatir la pobreza extrema ni la corrupción”.
En su artículo “Desean sublevaciones, eligen dictador” (Nexos, junio de 2015), Luis termina con este párrafo: “Aún no sabemos los costos de los segundos pisos ni el motivo de apartar al secretario de Obras, el cardenista de toda su vida César Buenrostro, para dar la obra a Claudia Sheinbaum, creo dentista o bióloga o algo así. Cada tramo fue ‘inaugurado’ y cada uno fue bendecido por el cardenal Rivera, arzobispo de México. A cambio, López Obrador no aprobó como jefe de gobierno del DF la maternidad voluntaria ni la igualdad de homosexuales ante la ley: es de extrema derecha incubado en el más torpe PRI, el de Echeverría”.
Todas las tardes que nos reunimos, Luis siempre tenía algo que contar. Comentábamos sus columnas y las reacciones que provocaba entre sus numerosos malquerientes. No escaseaban las charlas sobre sus aventuras eróticas, pero se enternecía cuando recordaba al gran amor de su vida, Pepe Delgado, a quien le dedicó toda una novela —“Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria”, decía el taciturno Cioran, y Luis parecía compartir esa sentencia. Feliz cumpleaños, querido Luis.