Un grupo de amigos preparamos un libro sobre Luis González de Alba, y mientras editaba los más de treinta textos que recibimos releí pasajes de varios de sus libros.
Las mentiras de mis maestros (Cal y Arena, 2002) debería ser un texto obligatorio precisamente para profesores de primaria y secundaria. En este libro Luis González de Alba desmorona los mitos de la pétrea historia nacional y explica las raíces de la intolerancia religiosa y política (Morelos: “Que la religión católica sea la única, sin tolerancia de otra”), del atraso económico (Morelos de nuevo: “Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres de toda sospecha”) y las falacias de una historia oficial que ha glorificado a los héroes derrotados, de Cuauhtémoc a Emiliano Zapata.
González de Alba emplea la razón y el conocimiento –aderezados con necesarias dosis de humor o enojo– para tumbar mitos de reciente cuño y confrontar dogmas y atavismos de fieles de izquierda a derecha. Las trapacerías cotidianas de políticos de uno y otro signo son materia de análisis de un periodista y escritor por demás prolífico que se ha destacado también por su consistente tarea en la divulgación de la historia y los avances de la ciencia y la tecnología.
En una polémica en la revista Nexos sobre las escasas colaboraciones de mujeres en sus páginas, González de Alba recibió pocas razones y copiosas descalificaciones de unas cuantas feministas, que nunca se ocuparon de contestar directamente a la cuestión que planteaba: “No las hay, [las colaboraciones de mujeres] sencillamente porque no llegan, y no llegan porque no les interesa mucho a las mujeres ni a muchas mujeres les interesa publicar” (“De género y cuotas”, 3-11-2010). De poco le valió publicar un segundo artículo, titulado “Lo que no dije, lo que sí digo” (3-1-2011), pues de nuevo las feministas –pocas, eso sí– se abalanzaron sobre él para acusarlo de hacer retroceder la discusión “unos cien años”. Y, de nuevo, omitieron responder a afirmaciones concretas de González de Alba como estas: “Los hombres que sobresalen en ballet clásico, los que hacen arreglos florales para fiestas y los diseñadores de modas tienen fama de ser homosexuales. Y casi siempre lo son. Mujeres en levantamiento de pesas son lesbianas. [...] Es que, sencillamente, hay actividades que no atraen a heterosexuales, hombres o mujeres. Y no es aprendizaje. Sin importar régimen ni sistema social, los estadios de futbol están llenos de hombres, como las arenas de box y lucha. O las publicaciones”. Una joven escritora feminista se empeñó en informar a los lectores sobre las condiciones históricas causantes del rezago en la formación de escritoras. Una disertación correcta, pero que dejó intactos los señalamientos precisos de nuestro autor.
Releo también Maravillas y misterios de la física cuántica (Cal y Arena, 2010), otro libro de González de Alba que debería estudiarse en las preparatorias. Es una fascinante historia de la ciencia desde el amanecer jónico en el siglo VI a.C., pero también una advertencia: México se estancará en el atraso si no suma sus estudiantes a la revolución científica del siglo XXI, una revolución “derivada de la física cuántica y de al menos tres de sus más avanzadas aplicaciones técnicas: computación, superconductividad y teleportación”, escribe el autor. La ciencia, sigue, “plantea mayores portentos y más extraordinarios prodigios que los pregonados por las zarandajas esotéricas de todo tipo que hoy nos invaden”. González de Alba pensaba, con Sagan, que “el conocimiento es una forma de éxtasis”; uno que la juventud debería abrazar sin temor.