Enrique Serna lo pinta bien: “Indisciplinado hasta la grosería, incapaz de moderarse ante nadie ni de aceptar presiones por motivos políticos, Batis se ha hecho fama de energúmeno entre la gente que confunde la actividad cultural con las relaciones públicas. Pero gracias a su labor editorial, un numeroso grupo de escritores ha podido ejercer la crítica sin cortapisas y hacer sus primeras armas literarias ante un público lector exigente y participativo, sin tener que prestarse a los juegos de la diplomacia convenenciera” (Letras Libres, marzo de 2000).
Yo fui uno de los cientos de alumnos de Huberto Batis. No estuve en sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras, pero sí en su oficina y en comilonas memorables por sus hilarantes anécdotas de personajes del medio literario y artístico, y tuve además el privilegio de haber sido publicado por él en el suplemento sábado del diario unomásuno.
Hace mucho tiempo que no lo veo. Quizá desde que vivo en Guadalajara —donde nació en 1934 y a donde vino en 2001 a recibir el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez de la Feria Internacional del Libro. La última vez que lo saludé él comía con Guillermo Fadanelli en un restaurante alemán de la colonia Condesa. Conocí al erudito escritor, crítico literario y editor en medio de tambaleantes torres de periódicos, libros y revistas en su guarida del sábado, el esperado tabloide semanal en el que publicó miles de cuartillas de escritores consagrados y aspirantes a serlo, algunos extraordinarios, y también a artistas, fotógrafos e incluso a vedettes, como Fuensanta, actriz fetiche de otro grande y también uno de sus colaboradores: Juan José Gurrola.
De ojillos vivarachos y memoria exacta, intacta, Batis puede ser el maestro más generoso pero también un energúmeno que explota ante la ignorancia o la impertinencia. Fui testigo de cómo su enojo surgía conforme avanzaba, lápiz en mano, en la lectura de un artículo mal redactado. Si el autor estaba presente lo reprendía con un regaño que hacía enmudecer, casi llorar, al pobre infeliz, y si no estaba rompía el mecanuscrito tachonado de correcciones. En una ocasión llevé a Fernando Nachón para que le regalara De a perrito, su flamante novela de sexo, celos y alcohol. Batis, consumado erotómano, recibió el obsequio con agrado y le pidió a Nachón que se lo firmara. El escritor jalapeño abrió el libro, alistó la pluma y se volvió para preguntarme: ¿Cómo se llama? ¡Carajo, Nachón!, le dije, ¡es Huberto Batis! Ah, sí, me respondió, pero en el rostro paternal de Huberto ya había una expresión de fastidio y, clavándome sus ojos, se quejó: Para qué me lo traes si no sabe quién soy... Salvé la situación diciéndole que Nachón acababa de fumarse un churro, Nachón asintió y Batis esbozó una mueca complaciente. El asustado escritor admiró un display de la actriz Bibi Gaytán y pasamos a otra cosa.
Huberto Batis nunca tuvo prejuicios a la hora de publicar en el mismo espacio ensayos académicos, periodísticos y hasta pornográficos. Un clásico contemporáno en vida, irrepetible. Hoy cumple ochenta años.